Diálogo,
negociación y pacto
Octavio Acosta Martínez
octaviocultura@hotmail.com
Twittwe: @snittker.com
Definitivamente yo debo tener todos los
conceptos equivocados. Las dos partes en la mesa y el resto del país hablan de
diálogo, y yo digo que allí no puede haber diálogo puesto que se trata de dos
proyectos políticos divergentes los que están enfrentados. No hay, por tanto,
un objetivo común. El diálogo se da entre partes que quieren lo mismo, pero no
saben cómo obtenerlo.
Las dos partes están de acuerdo en que no habrá negociación
ni pacto, y yo pienso que eso es precisamente lo único que podría haber. Si no,
¿para qué reunirse entonces? Sería mejor reunirse en una tasca a hablar
pistoladas y tendríamos el aliciente de hacerlo en un ambiente agradable, con
música y una cervecita en la mano.
Donde sí creo que debería establecerse un diálogo, y es
urgente que se haga, es dentro de la misma oposición. Podríamos aceptar, sin
entrar en muchas sutilezas, que tenemos un objetivo común inmediato: enfrentar
al gobierno, evitar que siga haciendo lo que está haciendo y lograr lo que
permanentemente decimos que queremos. ¿Qué nos está diferenciando? La
estrategia y métodos a seguir para alcanzar ese
objetivo. Por eso se habla de oposición
moderada y de oposición radical.
Por supuesto, nunca faltan los que están en el medio, unos por inseguridad y
otros por ser partidarios de lo que pudiéramos denominar una estrategia combinada. Las diferentes tendencias de la oposición
deberían sentarse a dialogar para
contestar la pregunta “¿Qué vamos a hacer?”, y presentar un cuadro de lucha
unificada. Se entiende que es un “qué
vamos a hacer todos”.
Cuando nos sentamos a hablar
con el gobierno la pregunta cambia, ahora es “¿Qué esperas tú que yo haga, qué
espero yo que tú hagas?”. Cada uno espera y “exige” que el otro haga
algo que los dejaría satisfechos. Allí comienza un proceso de negociación y al final se llega –si es
que se llega- a un acuerdo en el que cada
parte obtendrá al menos un mínimo aceptable de lo que demanda y hará lo que le
corresponda en satisfacción del otro. Este acuerdo se rubrica mediante un contrato, un acta que firman las partes, o un pacto, si a usted le da la gana. Todos son equivalentes en su
esencia.
Esto, si es que estamos de acuerdo hasta este punto, nos
establece automáticamente un orden secuencial lógico de actuación: primero, la
oposición tiene que reunirse a dialogar para contestar la primera pregunta.
Segundo, la oposición se reúne con el gobierno con una propuesta unificada, con
un mínimo establecido en su nivel de exigencias lo que se traduciría en su
parte de la segunda pregunta: ¿Qué espero
yo que tú hagas, gobierno?
¿Cómo se están dando las cosas
en este momento? Tenemos a una parte
de la oposición, que está de acuerdo con el gobierno en que no está negociando ni pactando, que cree que está dialogando,
sentada en una mesa con todo el
gobierno, que sí sabe exactamente lo que quiere, que está jugando a la división
definitiva de la oposición, para lo que usa incluso sus mismas palabras cuando
se refiere al “atajo”, mientras otra
parte de la oposición está en la calle -haciendo lo que hizo para que fuera
posible que la primera estuviera ahorita sentada en esa famosa mesa- o en la
cárcel.
¿Cuál será nuestra suerte ante este cuadro? No lo sé.
Particularmente me inscribo, lo he dicho en otra oportunidad, en el escepticismo
de Andrés Velásquez; pero sin embargo deseo
y espero lo mejor, sobre todo contando con que las torpezas del gobierno nos
ayuden y con la veracidad del aserto popular “en el camino se enderezan las cargas”. Lo que pasa es que el
gobierno es el poder, y el poder siempre cuenta con un colchón para amortiguar las
equivocaciones, más grande que el de quienes no lo tienen. Ahora, si soy yo
quien está equivocado en todo, ¿cuál será mi colchón? Espero resignadamente el
embate de quienes lean esto y no estén de acuerdo conmigo.
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