sábado, 19 de abril de 2014






Diálogo, negociación y pacto
Octavio Acosta Martínez
octaviocultura@hotmail.com
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         Definitivamente yo debo tener todos los conceptos equivocados. Las dos partes en la mesa y el resto del país hablan de diálogo, y yo digo que allí no puede haber diálogo puesto que se trata de dos proyectos políticos divergentes los que están enfrentados. No hay, por tanto, un objetivo común. El diálogo se da entre partes que quieren lo mismo, pero no saben cómo obtenerlo.
         Las dos partes están de acuerdo en que no habrá negociación ni pacto, y yo pienso que eso es precisamente lo único que podría haber. Si no, ¿para qué reunirse entonces? Sería mejor reunirse en una tasca a hablar pistoladas y tendríamos el aliciente de hacerlo en un ambiente agradable, con música y una cervecita en la mano.
         Donde sí creo que debería establecerse un diálogo, y es urgente que se haga, es dentro de la misma oposición. Podríamos aceptar, sin entrar en muchas sutilezas, que tenemos un objetivo común inmediato: enfrentar al gobierno, evitar que siga haciendo lo que está haciendo y lograr lo que permanentemente decimos que queremos. ¿Qué nos está diferenciando? La estrategia y métodos a seguir para alcanzar ese  objetivo. Por eso se habla de oposición moderada y de oposición radical. Por supuesto, nunca faltan los que están en el medio, unos por inseguridad y otros por ser partidarios de lo que pudiéramos denominar una estrategia combinada. Las diferentes tendencias de la oposición deberían sentarse a dialogar para contestar la pregunta “¿Qué vamos a hacer?”, y presentar un cuadro de lucha unificada. Se entiende que es un “qué vamos a hacer todos”.

         Cuando nos sentamos a hablar con el gobierno la pregunta cambia, ahora es “¿Qué esperas tú que yo haga, qué espero yo que tú hagas?”. Cada uno espera y “exige” que el otro haga algo que los dejaría satisfechos. Allí comienza un proceso de negociación y al final se llega –si es que se llega- a un acuerdo en el que cada parte obtendrá al menos un mínimo aceptable de lo que demanda y hará lo que le corresponda en satisfacción del otro. Este acuerdo se rubrica mediante un contrato, un acta que firman las partes, o un pacto, si a usted le da la gana. Todos son equivalentes en su esencia.

         Esto, si es que estamos de acuerdo hasta este punto, nos establece automáticamente un orden secuencial lógico de actuación: primero, la oposición tiene que reunirse a dialogar para contestar la primera pregunta. Segundo, la oposición se reúne con el gobierno con una propuesta unificada, con un mínimo establecido en su nivel de exigencias lo que se traduciría en su parte de la segunda pregunta: ¿Qué espero yo que tú hagas, gobierno?

         ¿Cómo se están dando las cosas en este momento? Tenemos a una parte de la oposición, que está de acuerdo con el gobierno en que no está negociando ni pactando, que cree que está dialogando, sentada en una mesa con todo el gobierno, que sí sabe exactamente lo que quiere, que está jugando a la división definitiva de la oposición, para lo que usa incluso sus mismas palabras cuando se refiere al “atajo”, mientras otra parte de la oposición está en la calle -haciendo lo que hizo para que fuera posible que la primera estuviera ahorita sentada en esa famosa mesa- o en la cárcel.

         ¿Cuál será nuestra suerte ante este cuadro? No lo sé. Particularmente me inscribo, lo he dicho en otra oportunidad, en el escepticismo de Andrés Velásquez; pero sin embargo  deseo y espero lo mejor, sobre todo contando con que las torpezas del gobierno nos ayuden y con la veracidad del aserto popular “en el camino se enderezan las cargas”. Lo que pasa es que el gobierno es el poder, y el poder siempre cuenta con un colchón para amortiguar las equivocaciones, más grande que el de quienes no lo tienen. Ahora, si soy yo quien está equivocado en todo, ¿cuál será mi colchón? Espero resignadamente el embate de quienes lean esto y no estén de acuerdo conmigo.


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