miércoles, 14 de noviembre de 2012

MI PEQUEÑA HISTORIA CON EL COMANDANTE Y OTROS PERSONAJES

Octavio Acosta Martínez


I
         Hasta pocas semanas antes de las elecciones no sabía por quién iba a votar. Irene Sáez parecía muy buena y candorosa, además de bonita, pero una cosa es un municipio del este de Caracas, como Chacao, que se dejaba organizar, y otra cosa es Venezuela. Hay que tener guáramo para arreglarla.     

         Por Alfaro Ucero… ¡Por favor! ¿Hay que dar razones del por qué no? Él estaba en el centro de mi rechazo.

 Chávez era un militar que venía de dar un golpe fallido. Después que tomó el camino democrático se veía como una esperanza, lo que le estaba ganando gran popularidad, pero había algo en él, en su lenguaje, en su gesto, que me hacía dudar. Todavía era un desconocido para mí y con una tal incertidumbre se me hacía difícil tomar una decisión a su favor.

         Por su parte, Salas Römer en apariencia constituía una alternativa más democrática que se presentó como solución para acabar con el bipartidismo que estaba corroyendo las bases morales del país. Pero no me convencía, y me ahorraré también el por qué.


II
            Irene comenzó con una popularidad de 80% en las encuestas, lo que hizo que Copei muy oportunistamente la tomara como su candidata. Acción Democrática apoyó a su famoso “caudillo”, confiando en aquello de que cualquiera que fuera su candidato, por el mismo hecho de ser el suyo, y contando con su probada maquinaria para poner Presidentes, ya llevaba de entrada una ventaja a su favor. Salas Römer, ahí, con su caballo. Queriendo parecerse a uno de los héroes de la Batalla de Carabobo. Había otros candidatos, pero esos no cuentan para esta historia.

         Chávez comenzó a subir vertiginosamente en las encuestas e Irene a bajar, Acción Democrática no prosperaba y Salas Römer no convencía. A pocas semanas de los comicios el desespero invadió a los tradicionales representantes del estatus político venezolano. Y surgieron las acciones, desesperadas por supuesto.
         Acción Democrática mandó para el carajo (así, literalmente) a su máximo líder y caudillo para apoyar a Salas Römer. Lo mismo hizo Copei con la buenota de Irene. Salas Römer se convirtió automáticamente y de repente en el candidato de Proyecto Venezuela, de Acción Democrática y de Copei (aquellos contra los cuales insurgía como una alternativa). Recuerdo aquella ironía con la que Alfredo Peña lo machacaba en la entrevista:

         -Ahora volvemos con Henrique Salas Römer, candidato de Acción Democrática, Copei y Proyecto Venezuela.
         Y cuando regresaba de los comerciales:
         -Estamos conversando con Henrique Salas Römer, candidato de Acción Democrática, Copei y Proyecto Venezuela.
         Salas Römer se sonreía, evidentemente incómodo, quizás un poco acorralado y desenmascarado. Al fin y al cabo, no lo podía negar. Lo único que atinó a decir en una oportunidad fue
         -¿Y porqué esa insistencia?
         A lo que ripostó Alfredo Peña
         -¿No eres acaso el candidato de Acción Democrática, Copei y Proyecto Venezuela?
         Mejor no hubiera preguntado nada.

         Ahora, ¿cuál es la parte que me corresponde en esta comedia?...


III
        Pues, que eso fue lo que terminó por decidirme.
         -¡Voto por Chávez! –dije con arrechera.
         No pude resistir el asco que me produjeron esos dos grandes partidos. Mi rechazo hacia ellos ya era histórico y yo sabía lo que eran, pero esta faceta de abandonar a su propia gente ante una situación adversa, esta deslealtad, era sencillamente asquerosa ¿Qué podían esperar quienes estaban fuera de su confraternidad, es decir, el resto de Venezuela? Por otra parte, el candidato insurgente, el que se presentaba como una nueva imagen para refrescar el paisaje político del país demostraba que la ambición de poder es un mal universal. Con este apoyo se sintió ganador y no pudo rechazar tal ofrecimiento. Así fue como voté por Chávez esta primera vez. ¿Habré sido yo el único que reaccionó de esta manera? ¿Será que mi actitud no tuvo ningún valor estadístico? Particularmente he afirmado, y aún lo sigo creyendo, que este último accionar de los partidos tradicionales terminó por asegurar, muy al contrario de los que ellos pensaban, el triunfo del comandante de la boina roja.

         El resto de la campaña se dio como todos sabemos. Los dos partidos no tuvieron tiempo de recoger las pancartas y afiches regadas por toda Venezuela, donde mostraban el apoyo a sus ex. Recuerdo una pancarta, colocada de acera a acera en la Avenida Universidad de Naguanagua, donde un joven dirigente regional, ex-Presidente de la Federación de Centros Universitarios y conocido tira-coñazos de la Universidad, mostraba oportunistamente también, su apoyo a Irene Sáez, desde cuando ésta estaba en el tope de su nivel de aceptación. Este dirigente, al igual que los partidos mencionados, se “iluminó” (para el otro lado) y corrió en apoyo a Chávez cuando fue éste quien estuvo en el tope. Pero se le olvidó quitar la pancarta, la que estuvo colocada allí durante muchos meses después del proceso electoral.


IV
         Después vino la Constituyente. En sus primeros meses de Gobierno Chávez comenzaba a mostrar los verdaderos aspectos de su personalidad. Seguramente siempre los tuvo, pero como no contaba con tanta difusión ante los medios, ellos permanecían ocultos para la mayoría de la población. Seguía pregonando la necesidad de una Constituyente como el gran remedio para todos los males del país. En esto fue siempre consistente y más machacante que Alfredo Peña en su programa. No terminaba yo de entender esto de la Constituyente como panacea, pero voté por su convocatoria, ¿cómo no iba a hacerlo? El candidato la planteó durante toda su campaña y ahora lo hacía como Presidente. Si alguien le daba su apoyo para llegar a la Presidencia ¿cómo negarle la herramienta fundamental que siempre pidió? ¿Cómo lanzarlo al ruedo sin darle el capote y la espada que estaba “necesitando”? ¿Qué sentido tenía lo primero sin lo segundo? Había que darle al menos el beneficio de la duda y votar por la bendita Constituyente para ver qué era lo que iba a hacer con ella.

         Luego vino el proyecto de Constitución y la parodia de discusión que se dio a su alrededor. Aquí comenzaron mis reales y definitivas divergencias con el comandante. Dos cosas no me gustaban del mismo (del proyecto):
         Una, el cambio del nombre a República Bolivariana de Venezuela. Sí, es verdad, todos somos bolivarianos, por lo menos lo éramos hasta ese momento, ahora lo dudo. Pero una cosa es que lo seamos por razones históricas, y otra cosa es que se bautice al país con el nombre, o el apellido, de un movimiento político particular. Las palabras tienen su vida, y vida significa desarrollo, evolución, y también muerte. A partir de Chávez la palabra “bolivariano” no tuvo la misma significación de antes. Ahora es el nombre de un grupo cuyas intenciones iniciales pudieron ser muy nobles (eso creímos), pero lo que se le había otorgado no era un título de propiedad del país. Además, ¿es que este nombre es fundamental para las transformaciones que se esperaban con esta nueva Carta Magna?  Mucha gente pensó que no, pero el comandante pensaba lo contrario, y el comandante estaba comenzando a mostrar que cuando él pensaba nadie tenía derecho a rechistar.
         Dos, la inclusión y tratamiento que se le daba a las comunidades indígenas y a su cultura, con rango constitucional.
-¿Cómo, Octavio? ¿Estás en contra de algo tan noble? ¿Un reconocimiento a algo que nunca se había hecho? ¿No te parece un acto de justicia? ¿La reivindicación de una minoría olvidada?
-Sí, eso es correcto, pero la raza indígena no fue la única que concurrió a la conformación de nuestro mestizaje. También están los negros. Es verdad, los indios vivían aquí, constituyen lo “autóctono”. Pero los negros fueron traídos a la fuerza, sin que su voluntad contara para nada. Ellos también fueron maltratados, vejados, esclavizados. En contra prestación, además de su trabajo aportaron su cultura. Hoy tenemos comunidades negras diseminadas por toda la costa de Venezuela, con sus ritmos, sus cantos, sus tambores, sus santos negros, su propia brujería. Todo eso forma parte de nuestra cultura. Nada nos identifica tanto en el mundo como nuestra música afrocaribeña. Los negros también son nuestros, ¿por qué no está considerada su cultura en ese proyecto de Constitución? Está muy bien el reconocimiento a los indígenas, pero si se excluye a otra de las razas concurrentes en la formación de nuestra nacionalidad venezolana, ello tiene un nombre: discriminación. Considero que esta Constitución es discriminatoria de una raza y por eso no estoy de acuerdo con esta parte.

Bueno, los argumentos no fueron tomados en cuenta y no se quitó ni se modificó nada de lo que allí estaba escrito. Las sesiones de discusión que se dieron en algunas regiones se convirtieron en realidad  en operativos de convencimiento para aceptar todo. Se inventó una figura para aquietar  estas divergencias parciales: aprobación con enmienda. “La Constitución tiene aspectos fundamentales para la reconstrucción del país y estos aspectos “menores” pueden ser considerados posteriormente mediante una Enmienda Constitucional, así que aceptémosla con enmienda.”

Algunos bolivarianos intentamos un último recurso: Éste es el proyecto de Constitución más largo que ha tenido el país. Tiene 9 Títulos, 33 Capítulos y 350 Artículos, además de una larga Exposición de Motivos. ¿No podría votarse por aspectos parciales? Para no hacer el proceso tan largo podría hacerse por Capítulos, o por Títulos. Así, cada quien podría dar su aprobación por los aspectos fundamentales solicitados y tener libertad para no aceptar aquello que se consideraba “menor”.
Pero no, para el comandante todos sus deseos son “fundamentales” (estábamos comenzando a conocerlo). Era todo o nada. El 15 de Diciembre de 1999 se sometió este proyecto a un Referéndum Consultivo con las únicas dos opciones: SI, para el todo,  y NO, para el nada. Dentro de la campaña por el SI el comandante manejó el siguiente razonamiento:

Si una persona es demócrata, honesta y partidaria de una transformación profunda en la estructura social y económica del país, votará por el SI, y si no es demócrata, apoya a los deshonestos y desea mantener la estructura partidocrática que ha hundido al país en la miseria, votará por el NO. Toda persona, en ejercicio de sus derechos políticos, o bien votará por el SI, o bien votará por el NO. Por lo tanto, toda persona en ejercicio de sus derechos políticos deberá elegir entre ser demócrata, honesta y partidaria de una transformación profunda en la estructura social y económica del país, o ser anti-democrática, apoyar a los deshonestos y partidaria de mantener la estructura partidocrática que ha hundido al país en la miseria.

         ¿Qué hacer ante semejante dilema? Apliqué una técnica: tomar el dilema por los cachos. Consiste en negar la premisa que tiene la conjunción. Rechacé la primera premisa: una persona puede ser honesta y todo lo que ahí se dice, y sin embargo estar en desacuerdo con el proyecto, si se toma como un todo. Es posible que se esté en desacuerdo sólo con una parte que se considere muy importante –el nombre de “República Bolivariana” y la política indígena, por ejemplo-, y si no se puede separar esta parte del todo, puesto que es “todo o nada”, entonces se rechaza toda la premisa (para negar una conjunción basta con negar una de sus partes); y si rechazamos toda la premisa estaremos refutando el dilema. Yo pude haber votado perfectamente por el NO sin que me quedara nada por dentro, pero opté por una solución octaviana: me abstuve de ir a votar, no quise rechazar aquello que sí me gustaba mucho. No voté en contra del comandante, pero tampoco voté a su favor. Era el principio de una rabiosa disidencia que se expresaría con el voto en contra en todos los procesos electorales sucesivos (además de las expresiones verbales que sólo pronuncio en la intimidad de mi familia y en reuniones informales con los amigos).

         El comandante es un experto en el manejo de este tipo de razonamiento, aportando un banquete de ejemplos para aquellos estudiosos de la falacia en sus múltiples manifestaciones. No sé cómo es posible que alguien pueda convencer a tanta gente con recursos tan pobres y elementales, y para mí la oposición que he practicado ha sido, además del manejo de un problema político, un simple y llano problema de la vulgar inteligencia mediante la cual clasificamos a los individuos.

         La tal “enmienda” nunca se dio. Si se dio una para reformar algunos Artículos en aras de permitir la reelección indefinida del Presidente. Es obvio que el comandante está claro en sus propósitos, para cuya consecución no se para ante ningún tipo de formulación, ni legal ni ética.


V
         Después pasó lo que pasó, como el bolero, pero con importancia, al contrario del bolero. En el ejercicio del poder nefasto e increíble que nos hemos calado quedó demostrado que con el comandante era inútil discutir e imposible dialogar. Sólo quedaba una alternativa: sacarlo del poder. Pero el reto consiste en hacerlo con las herramientas que democráticamente son permitidas y eso, con el comandante, parece la misión imposible, porque esas herramientas, que él también debería usar, no las respeta. ¿Tengo que ahondar más en esto? Por eso hemos participado en todo tipo de elecciones, en las que se perdió el sentido mismo de “elegir”. Dejó de importar por quién se votaba, el objetivo se convirtió en derrotar a Chávez o impedir que éste avanzara y adquiriera más poder. Situación anómala para una supuesta democracia, que fue muy bien aprovechada por algunos representantes de la oposición para fines hegemónicos personales.

         En Carabobo tenemos a la familia Salas. El viejo Salas fue gobernador dos veces. Luego se lanza a la conquista de la Presidencia, pero se asegura de dejar a su hijo en la gobernación. Al principio nadie conocía a este hijo. ¿Qué hace el viejo para superar esta falla? Lo mismo que Chávez: le levanta la mano a su hijo. Su comando comienza a venderlo como “el pollo” para que quede claro que es el hijo del viejo. Le cambian el apellido materno, lo llaman Henrique Salas Römer en lugar de Henrique Salas Feo. Así, el viejo le traslada todos sus atributos y la identificación queda completa. Ahora el pueblo sabe que no está votando por un desconocido, sino por el propio viejo líder. Un proceso de manipulación bien orquestado para el inicio de una nueva dinastía. 

         Para este año de 2012 “el pollo” ha ocupado la gobernación en 4 (léase “cuatro”) oportunidades y ya está haciendo campaña para una quinta, en la cual se supone que “unitariamente” estamos obligados a respaldarlo. Dejó de ser un desconocido, tiene nombre propio y se le puede identificar por su nombre completo: Henrique Fernando Salas Feo. No necesitaría seguir llamándose “el pollo”, pero no conviene. “El Pollo” es una marca que ha adquirido su Goodwill y rinde pingües beneficios electorales. Entre los dos Salas tenemos entonces (seis) períodos de gobernación, lo que probablemente se extenderá.

         Los Salas, como toda hegemonía, juegan a cuadro cerrado. No hay que permitir que “el otro” anote, sea del oficialismo o de la propia oposición. En su turno de batear, siempre habrá detrás de ellos algún Salas o algún Feo en el círculo de espera. Hay que garantizar la sucesión, por una parte, e invadir todos los otros espacios de poder posibles, por la otra. El alcalde de Naguanagua es un Feo, primo del gobernador y con cara de muchachito bueno igualmente. Cuando se lanzó, o lo lanzaron, también era un desconocido, pero le levantaron la mano. Pasó el período de desconocimiento y ahora se podrá reelegir, lanzarse para otra alcaldía, diputado o lo que sea. Podría ser la carta a la gobernación para cuando el pollo no dé más caldo.

Las hegemonías tienen la característica de que se hacen indispensables. No hay solución fuera de ellas en los momentos coyunturales (curiosamente, siempre estamos en uno). Para las próximas elecciones regionales la coyuntura señala que es necesario, de vida o muerte, evitar que la gobernación de Carabobo caiga en manos del chavismo y la ÚNICA manera de evitarlo es votando por el pollo. No hay más que discutir.
Pero otra característica es que todos están obligados para con ellas, mientras que ellas no están obligadas para con nadie. En las pasadas elecciones de alcaldes, los Salas no apoyaron al candidato que se perfilaba como el real unitario para la Alcaldía de Valencia y lanzaron a su desconocida candidata, que no era Salas ni Feo, pero jugaba en el equipo y les era fiel. Le alzaron la mano, pero con una oposición dividida la mano de Chávez subió más alto. No importa, la alcaldía se perdió pero lo importante era que no surgiera una nueva dinastía. La hegemonía se mantiene.


VI
En este jueguito entre chavismo y oposición estamos como el refrán criollo si no lo agarra el chingo lo coge el sin nariz, por lo menos en Carabobo (desde aquí escribo). Pero he decidido que con mi voto no se va a resolver este dilema. Muchos son los argumentos que he escuchado para hacerme entender que debo votar y además, por el pollo.
-Si no lo haces la gobernación va a caer en manos del chavismo.
Es verdad, o muy probable, pero si lo hago va a seguir en manos de los Salas. Estos, por otra parte, no constituyen ninguna panacea para resolver los problemas de Carabobo. Considero que ellos han hecho una gestión bastante gris, salvo algunos logros de maquillaje en algunas zonas. Naguanagua, mi municipio, es uno de los más feos  y desordenados que he conocido. Su imagen no tiene recompensas y los problemas locales son múltiples. Su policía es corrupta, de lo cual he sido testigo presencial y afectado directo. Si la oposición no es capaz de construir y ofrecer una alternativa mejor entonces no somos merecedores de mejor suerte. En Carabobo ya no se trata de elegir entre chavismo y oposición, sino de elegir entre hegemonías. El asunto es que conceptual y políticamente estoy en contra de cualquier hegemonía. Las hegemonías conspiran contra nuestra autonomía individual. Contra la libertad de pensamiento. Ni siquiera necesitamos pensar, porque hay alguien más arriba que lo hace por nosotros. Mi problema actual es salir de la hegemonía de Chávez y salir de la hegemonía de los Salas.
-Sí, pero de los dos males hay que elegir el menor.
Esta filosofía, que me parece un poco triste, algunas veces aplica. Por ejemplo cuando se trata de situaciones temporales en las que te permites un pequeño respiro para después coger impulso hacia soluciones definitivas. Para hacer esto se necesita tener una estrategia que ahorita no existe. En el presente caso lo temporal se hizo permanente y lo peor es que nos hemos acostumbrado a ello. Tenemos mucho tiempo eligiendo el mal menor y éste, sin darnos cuenta, se convirtió en algo estructural. Por otra parte creo que hay una falsa disyunción en la caracterización de la situación; no hay dos males, es el mismo mal con diferentes actores. Es posible que el mal Salas sea menor en este momento, pero seguramente habrás percibido que ha crecido ¿Y por qué ha crecido? Porque lo hemos alimentado. Si lo seguimos alimentando, seguirá creciendo y se hará más indispensable aún. Dependiendo de su capacidad gerencial  (para crecer, no para solucionar nuestros problemas) es posible que en un futuro ellos sean el mal mayor que nos obligue a escoger otro nuevo menor. Es un círculo vicioso en el que me niego a dejarme envolver.
-¿Qué debemos hacer entonces?
Ésa es una buena pregunta y no tengo la respuesta, pero puedo contribuir a buscarla. La búsqueda de la respuesta correcta es la tarea más importante que deberíamos acometer. Claro, no es solamente una cuestión de voluntad, hay que tener la capacidad que tal empresa exige. Y, por otra parte, debemos afrontar el gran obstáculo que siempre se presenta en todo problema humano: nosotros mismos. Hay que lidiar con la gran variabilidad de la condición humana. Algunas veces esta variabilidad es de una inmensa riqueza, pero otras veces es desastrosa y sus consecuencias más aún. Alguien podría decir en la actual “coyuntura”: “Yo tengo la respuesta y sé lo que hay que hacer: votar por el pollo”. No se podría descalificar una opinión como ésa. Lo más que exigiría es que me den las razones por las cuales debo hacerlo. De pronto me presentan un punto de vista que no había antes considerado. Por eso, y pensando en los demás, estoy dando mis razones. Pero, ojo, la decisión que he tomado es mi decisión y no pretendo imponerla a los demás, sobre todo cuando de inmediato no sé qué hacer en sustitución. Mi decisión está además matizada por la impresión, muy personal, que me produjo la experiencia que expuse al comienzo de este relato. Voté por Chávez como respuesta ante aquella actitud asquerosa y desesperada de los partidos del estatus cuando se agruparon alrededor de la figura del viejo cabalgante. Fue la oportunidad para salir de todos al mismo tiempo ¿Voy ahora a votar por éste, por su clan y por todo lo que antes rechacé, para salir de Chávez? El drama revivido de la serpiente que se muerde la cola. Sí, una vez lo hice, con el clásico “pañuelo en la nariz”, considerando que era un situación coyuntural, pero el cupo de coyunturas con las que vine equipado se me agotó. Por eso aclaro (otro “ojo”): me voy a abstener, pero no estoy pregonando el abstencionismo. Cada quien debe hacer aquello que su entendimiento y razón –como el polo margariteño –le dicte.