Debate y diálogo
Octavio Acosta Martínez
Twitter:@snittker.com
Voy a pensar
en voz alta, de ninguna manera creo que tengo la verdad. Todo lo contrario, la
estoy buscando, me siento abrumado –superado- por las dudas y por eso propongo
temas y discusiones. En lo que sí
estoy claro es en lo que quiero para Venezuela y también en lo que no quiero.
Sobre todo que ahora, en la actualidad, siento en mi propia experiencia algo
que no quiero y que me lo están imponiendo en forma demoledora y arbitraria.
Más que en
los tecnicismos del idioma y en el rigor de las definiciones, estoy interesado
en lo que subyace en el lenguaje, en las interpretaciones que interesadamente
le dan distintos grupos y en las consecuencias que estas interpretaciones tienen
para el resto de la sociedad. Los diccionarios son orientadores que recogen un
conjunto de aproximaciones, que no todas, a los distintos usos que damos a una
misma palabra, y para cada una de ellas. En este sentido, haciendo una
extensión del concepto podríamos decir que los diccionarios tienen un valor
estadístico. Ésta es una razón por la que cada disciplina tiene su propio
diccionario especializado para definir sus conceptos específicos. También lo han hecho
algunos filósofos antes de expresar sus pensamientos o durante su misma
exposición. Lo importante es que una vez expuesto el concepto, todo lo que
sigue debe ser consistente y estar ajustado a éste.
La política
no es la excepción de la regla y ella tiene su propio lenguaje, con la
dificultad añadida de que en esta actividad humana, quizás la más “humana” de todas, es más lo que subyace
que lo que se expone abiertamente. Es como un juego de póker, no sólo no se
pueden mostrar las cartas, sino, además, es válido y forma parte del juego, blufear. He intentado connotar el
concepto “diálogo” en el escenario
político de la actualidad y lo he hecho a partir de lo que el país, por lo
menos el país opositor, espera de él.
¿Qué se espera salga de allí? La restauración de los canales democráticos de
participación, la solución a una serie de problemas coyunturales
(abastecimiento, inflación, represión, violencia y seguridad integral, este
último casi estructural ya) y el establecimiento de un clima de paz.
Yo,
particularmente, Octavio, y seguramente algunos más que me acompañen, extiendo
en forma prioritaria la idea “restauración
de los canales democráticos de participación” a “restitución del sistema político de democracia representativa”, en
contraposición al “modelo socialista
bolivariano”, alias “socialismo del
siglo XXI”. Éste, para mí constituye un punto de honor dentro del diálogo,
o como se quisiera llamar.
Pero resulta
que para la otra parte es un punto de honor la implantación de su propuesta
socialista. Significa esto que tenemos objetivos divergentes sobre los cuales
es imposible entonces, llegar a un acuerdo. Porque de eso se trataría: de
llegar a algo que se llama acuerdo sobre
aspiraciones mínimas para cada parte y a puntos donde cada uno a su vez esté
dispuesto a ceder. Para esto es necesario discutir y negociar, previamente.
Ese espíritu
no existe en la llamada mesa de diálogo,
donde lo que se ha producido es un debate
donde cada parte trata de desnudar y poner en evidencia la equivocación del
otro. No hay la consecución de un objetivo común. Tan es así, que para ese
debate ha sido necesaria la intervención de un tercero en funciones de
observador y garante de que las pasiones no se desborden, y canalizar la
discusión hacia posibles acuerdos; insisto en esta palabra. Se trata, entonces,
de un debate donde no se dialoga. Hay debates constructivos donde sí se dialoga
y se trata de llegar a una verdad de conveniencia. Un debate puede fundirse en
diálogo en algunas ocasiones, pero en otras cada una anda por su lado. En mi
opinión son conceptos no equivalentes.
¿Se puede
dialogar sin el objetivo de llegar a alguna parte? Aceptemos que sí, pero ése
no es el diálogo político del que estamos hablando.
Un diálogo político no es un “convivio”. El convivio lo podemos hacer para celebrar un supuesto
éxito del diálogo político. Pero si esto es lo que espera la comunidad, creo
que no vamos a celebrar nada. Ante este pesimismo justificado ¿qué hacer? A esa
pregunta siempre llegamos y me voy a aventurar en una respuesta.
Lo que
debemos hacer es comenzar un proceso de diálogo,
ahora sí, dentro de la oposición. Debatir constructivamente entre tendencias,
clarificar el objetivo común, o simplemente definirlo. Diseñar un plan
estratégico y construir una fuerza poderosa que
sea capaz de anteponerse al oficialismo
y hacerlo retroceder ante sus pretensiones hegemónicas revolucionarias
socialistas bolivarianas del siglo XXI. Esto
no se va a obtener en la mesa de diálogos, esto se va a obtener en la calle
y/o en los terrenos que la oposición defina.
¿Debemos
seguir asistiendo a la bendita mesa? Sí, es posible, pero ahora los objetivos,
nuestros objetivos, serán otros: desnudar al gobierno, dejarlo sin palabras,
ganarle en oratoria y argumentación, demostrar que Diosdado es un gorila que,
además, habla malísimo; demostrar que las cifras de Rafael Ramírez no expresan
la realidad venezolana, hacer trabajar a las encuestadoras para determinar el
puntaje obtenido por cada debatiente en sus intervenciones. Ganar, sobre todo, respeto y autoridad moral
al dejar constancia que “hicimos el intento”.
Este tema es
muy largo para una sola exposición y lo he venido desarrollando paulatinamente
a través de varios escritos. Si alguien está interesado en ellos, los invito a
visitar mis dos blogs:
Allí
encontrarán con más detalles y mejor argumentación (eso espero) los análisis
sobre nuestra coyuntura política y sobre lo que deberíamos hacer.
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