miércoles, 23 de abril de 2014








Debate y diálogo

Octavio Acosta Martínez
Twitter:@snittker.com


            Voy a pensar en voz alta, de ninguna manera creo que tengo la verdad. Todo lo contrario, la estoy buscando, me siento abrumado –superado- por las dudas y por eso propongo temas y discusiones. En lo que sí estoy claro es en lo que quiero para Venezuela y también en lo que no quiero. Sobre todo que ahora, en la actualidad, siento en mi propia experiencia algo que no quiero y que me lo están imponiendo en forma demoledora y arbitraria.

            Más que en los tecnicismos del idioma y en el rigor de las definiciones, estoy interesado en lo que subyace en el lenguaje, en las interpretaciones que interesadamente le dan distintos grupos y en las consecuencias que estas interpretaciones tienen para el resto de la sociedad. Los diccionarios son orientadores que recogen un conjunto de aproximaciones, que no todas, a los distintos usos que damos a una misma palabra, y para cada una de ellas. En este sentido, haciendo una extensión del concepto podríamos decir que los diccionarios tienen un valor estadístico. Ésta es una razón por la que cada disciplina tiene su propio diccionario especializado para definir sus  conceptos específicos. También lo han hecho algunos filósofos antes de expresar sus pensamientos o durante su misma exposición. Lo importante es que una vez expuesto el concepto, todo lo que sigue debe ser consistente y estar ajustado a éste.

            La política no es la excepción de la regla y ella tiene su propio lenguaje, con la dificultad añadida de que en esta actividad humana, quizás la más “humana” de todas, es más lo que subyace que lo que se expone abiertamente. Es como un juego de póker, no sólo no se pueden mostrar las cartas, sino, además, es válido y forma parte del juego, blufear. He intentado connotar el concepto “diálogo” en el escenario político de la actualidad y lo he hecho a partir de lo que el país, por lo menos el país opositor, espera de él. ¿Qué se espera salga de allí? La restauración de los canales democráticos de participación, la solución a una serie de problemas coyunturales (abastecimiento, inflación, represión, violencia y seguridad integral, este último casi estructural ya) y el establecimiento de un clima de paz.

            Yo, particularmente, Octavio, y seguramente algunos más que me acompañen, extiendo en forma prioritaria la idea “restauración de los canales democráticos de participación” a “restitución del sistema político de democracia representativa”, en contraposición al “modelo socialista bolivariano”, alias “socialismo del siglo XXI”. Éste, para mí constituye un punto de honor dentro del diálogo, o como se quisiera llamar.
            Pero resulta que para la otra parte es un punto de honor la implantación de su propuesta socialista. Significa esto que tenemos objetivos divergentes sobre los cuales es imposible entonces, llegar a un acuerdo. Porque de eso se trataría: de llegar a algo que se llama acuerdo sobre aspiraciones mínimas para cada parte y a puntos donde cada uno a su vez esté dispuesto a ceder. Para esto es necesario discutir y negociar, previamente.

            Ese espíritu no existe en la llamada mesa de diálogo, donde lo que se ha producido es un debate donde cada parte trata de desnudar y poner en evidencia la equivocación del otro. No hay la consecución de un objetivo común. Tan es así, que para ese debate ha sido necesaria la intervención de un tercero en funciones de observador y garante de que las pasiones no se desborden, y canalizar la discusión hacia posibles acuerdos; insisto en esta palabra. Se trata, entonces, de un debate donde no se dialoga. Hay debates constructivos donde sí se dialoga y se trata de llegar a una verdad de conveniencia. Un debate puede fundirse en diálogo en algunas ocasiones, pero en otras cada una anda por su lado. En mi opinión son conceptos no equivalentes.
            ¿Se puede dialogar sin el objetivo de llegar a alguna parte? Aceptemos que sí, pero ése no es el diálogo político del que estamos hablando.

Un diálogo político no es un “convivio”. El convivio lo podemos hacer para celebrar un supuesto éxito del diálogo político. Pero si esto es lo que espera la comunidad, creo que no vamos a celebrar nada. Ante este pesimismo justificado ¿qué hacer? A esa pregunta siempre llegamos y me voy a aventurar en una respuesta.

            Lo que debemos hacer es comenzar un proceso de diálogo, ahora sí, dentro de la oposición. Debatir constructivamente entre tendencias, clarificar el objetivo común, o simplemente definirlo. Diseñar un plan estratégico y construir una fuerza poderosa    que sea capaz de anteponerse al oficialismo  y hacerlo retroceder ante sus pretensiones hegemónicas revolucionarias socialistas bolivarianas del siglo XXI. Esto no se va a obtener en la mesa de diálogos, esto se va a obtener en la calle y/o en los terrenos que la oposición defina.
            ¿Debemos seguir asistiendo a la bendita mesa? Sí, es posible, pero ahora los objetivos, nuestros objetivos, serán otros: desnudar al gobierno, dejarlo sin palabras, ganarle en oratoria y argumentación, demostrar que Diosdado es un gorila que, además, habla malísimo; demostrar que las cifras de Rafael Ramírez no expresan la realidad venezolana, hacer trabajar a las encuestadoras para determinar el puntaje obtenido por cada debatiente en sus intervenciones.  Ganar, sobre todo, respeto y autoridad moral al dejar constancia que “hicimos el intento”.

            Este tema es muy largo para una sola exposición y lo he venido desarrollando paulatinamente a través de varios escritos. Si alguien está interesado en ellos, los invito a visitar mis dos blogs:

                            http://labragaazul.blogspot.com
                            http://octavioacostamar.blogspot.com

        Allí encontrarán con más detalles y mejor argumentación (eso espero) los análisis sobre nuestra coyuntura política y sobre lo que deberíamos hacer.

sábado, 19 de abril de 2014






Diálogo, negociación y pacto
Octavio Acosta Martínez
octaviocultura@hotmail.com
Twittwe: @snittker.com





         Definitivamente yo debo tener todos los conceptos equivocados. Las dos partes en la mesa y el resto del país hablan de diálogo, y yo digo que allí no puede haber diálogo puesto que se trata de dos proyectos políticos divergentes los que están enfrentados. No hay, por tanto, un objetivo común. El diálogo se da entre partes que quieren lo mismo, pero no saben cómo obtenerlo.
         Las dos partes están de acuerdo en que no habrá negociación ni pacto, y yo pienso que eso es precisamente lo único que podría haber. Si no, ¿para qué reunirse entonces? Sería mejor reunirse en una tasca a hablar pistoladas y tendríamos el aliciente de hacerlo en un ambiente agradable, con música y una cervecita en la mano.
         Donde sí creo que debería establecerse un diálogo, y es urgente que se haga, es dentro de la misma oposición. Podríamos aceptar, sin entrar en muchas sutilezas, que tenemos un objetivo común inmediato: enfrentar al gobierno, evitar que siga haciendo lo que está haciendo y lograr lo que permanentemente decimos que queremos. ¿Qué nos está diferenciando? La estrategia y métodos a seguir para alcanzar ese  objetivo. Por eso se habla de oposición moderada y de oposición radical. Por supuesto, nunca faltan los que están en el medio, unos por inseguridad y otros por ser partidarios de lo que pudiéramos denominar una estrategia combinada. Las diferentes tendencias de la oposición deberían sentarse a dialogar para contestar la pregunta “¿Qué vamos a hacer?”, y presentar un cuadro de lucha unificada. Se entiende que es un “qué vamos a hacer todos”.

         Cuando nos sentamos a hablar con el gobierno la pregunta cambia, ahora es “¿Qué esperas tú que yo haga, qué espero yo que tú hagas?”. Cada uno espera y “exige” que el otro haga algo que los dejaría satisfechos. Allí comienza un proceso de negociación y al final se llega –si es que se llega- a un acuerdo en el que cada parte obtendrá al menos un mínimo aceptable de lo que demanda y hará lo que le corresponda en satisfacción del otro. Este acuerdo se rubrica mediante un contrato, un acta que firman las partes, o un pacto, si a usted le da la gana. Todos son equivalentes en su esencia.

         Esto, si es que estamos de acuerdo hasta este punto, nos establece automáticamente un orden secuencial lógico de actuación: primero, la oposición tiene que reunirse a dialogar para contestar la primera pregunta. Segundo, la oposición se reúne con el gobierno con una propuesta unificada, con un mínimo establecido en su nivel de exigencias lo que se traduciría en su parte de la segunda pregunta: ¿Qué espero yo que tú hagas, gobierno?

         ¿Cómo se están dando las cosas en este momento? Tenemos a una parte de la oposición, que está de acuerdo con el gobierno en que no está negociando ni pactando, que cree que está dialogando, sentada en una mesa con todo el gobierno, que sí sabe exactamente lo que quiere, que está jugando a la división definitiva de la oposición, para lo que usa incluso sus mismas palabras cuando se refiere al “atajo”, mientras otra parte de la oposición está en la calle -haciendo lo que hizo para que fuera posible que la primera estuviera ahorita sentada en esa famosa mesa- o en la cárcel.

         ¿Cuál será nuestra suerte ante este cuadro? No lo sé. Particularmente me inscribo, lo he dicho en otra oportunidad, en el escepticismo de Andrés Velásquez; pero sin embargo  deseo y espero lo mejor, sobre todo contando con que las torpezas del gobierno nos ayuden y con la veracidad del aserto popular “en el camino se enderezan las cargas”. Lo que pasa es que el gobierno es el poder, y el poder siempre cuenta con un colchón para amortiguar las equivocaciones, más grande que el de quienes no lo tienen. Ahora, si soy yo quien está equivocado en todo, ¿cuál será mi colchón? Espero resignadamente el embate de quienes lean esto y no estén de acuerdo conmigo.