La Facultad de Ingeniería, así como casi el resto de la Universidad de Carabobo, está situada en una zona que se denomina BÁRBULA. Aquí está ubicada una ex-colonia psiquiátrica, creada en la primera mitad de los años 50s (creo que en 1951). Esta colonia determinó en gran parte el perfil de lo que sería nuestra Universidad (la Universidad terminó más pareciéndose a la Colonia, que la Colonia a la Universidad).
Los espacios y el ambiente que rodea la colonia es uno de los paisajes más acogedores que conozco en ésta y en muchas ciudades. Estaba diseñada para facilitar la recuperación mental de los internados. Hasta un gran teatro tenía: el Anfiteatro de Bárbula. Este teatro estaba diseñado para complementar la terapia de los enfermos. Pero en Venezuela sabemos que las cosas funcionan al revés. Nuestros queridos locos, lejos de recuperarse se volvían más locos aquí. El Anfiteatro es hoy en día la gran sala de presentaciones de la Universidad.
Cuando se fundó la Universidad en 1958 (no creo en el cuento ese de "la reapertura"), los locos se convirtieron en universitarios. Como muchos de ellos eran libres y salían a las calles de Naguanagua, ahora tenían nuevos espacios para deambular y uno los encontraba en los pasillos de la Universidad, en los cafetines e incluso en los salones de clases. Se distinguían de los estudiantes, empleados, profesores y obreros porque andaban vestidos con una braga azul, como la de los mecánicos. De otra manera hubiese sido imposible distinguirlos del resto de la comunidad.
Muchas veces estuve dando mi rutinaria y sabia clase en un salón cuando de pronto entraba un "alumno" con su braga azul. Se sentaba muy disciplinadamente a escuchar la clase, y algunas veces hasta hacía preguntas sobre la materia. Una vez entró uno cuyas preguntas tenían cierta coherencia y daba la impresión de ser portador de una formación escolar previa superior a la mayoría de los otros locos... y a la de muchos alumnos (voy a seguir usando la palabra "loco", para quizás disgusto de algunos; pero aclaro que no lo hago de manera despectiva, todo lo contrario). Después averigué que se trataba de un ex-alumno de la Facultad, cuyos estudios lo volvieron efectivamente loco. Pero ésta es la primera parte del cuento.
Yo tenía un órgano de expresión propio en mi Escuela. Una cartelera que colocaba en medio de un pasillo, a la entrada del edificio de la Dirección. Bueno, quizás la palabra "edificio" sea un poco exagerada. Esa cosa donde estaba la Dirección, en medio de otra cosa que se llamaba Escuela, en medio de unos galpones que se llamaban Facultad.
En esta cartelera escribía lo que me viniese en gana, cualquier cosa que considerara valía la pena divulgar. Era la prolongación de mi función docente. Pero tenía la intención también de diferenciarme y de responsabilizarme por mis opiniones. Fue la reacción a una cultura imperante de corrillos de pasillo, generalmente malsanos, y de comentarios a puertas cerradas en oficinas sobre alguien -por supuesto ausente- quien evidentemente salía muy mal parado de allí. Mi cartelera, en cambio, no era anónima, ella se publicaba con mi nombre y apellidos. Pretendía dar yo un ejemplo de integridad y responsabilidad y tratar, si era posible, incidir en un cambio del comportamiento de quinto patio que prevalecía en la Escuela.Todo esto, no obstante, no sólo resultó infructuoso, sino que produjo el efecto contrario. Suministré comida para alimentar la vieja práctica ofreciéndome yo mismo como sujeto de "análisis" permanente.
Un día me llegó el comentario: "A éste lo único que le falta es la braga azul" ¡Qué gran idea! La Braga Azul, no podía encontrar un nombre más bonito y representativo. La locura y la poesía en un solo nombre. "Gracias, amigos, por este comentario tan apropiado y valioso". A partir de ese entonces mi cartelera se llamó LA BRAGA AZUL.
La Braga Azul marcó un hito en la vida de la Escuela y dejó huellas en la mente de varias generaciones de estudiantes que pasaron por sus aulas y pasillos. Muchos me recuerdan por ella, muchos participaron en las polémicas que generó, muchos aprendieron de las pocas cosas que pude enseñar. Incluso algunos de mis "detractores" de entonces me recuerdan con el tolerante cariño nostálgico que dan los años, por la braga loca. Uno de los recuerdos más gratos de mi vida fue la despedida que me hicieron mis alumnos cuando me fui de la Escuela. Entre otras cosas, se la ingeniaron para conseguir un conjunto de poemas inéditos que yo tenía guardado en mi casa. Los publicaron en una Braga Azul hecha por ellos, me la dedicaron y la expusieron en el Auditorio donde me rindieron un homenaje. Después de todo, algo había quedado.
Ahora llegó internet, con toda su magia y su poder arrollador, produciendo profundas transformaciones en las formas de comunicarse, en los alcances de los mensajes y en la magnitud de los cambios que se producen. Me inscribo en esta corriente. Tendré La Braga Azul electrónica y veré hasta dónde es capaz de llegar la locura.
¡Bienvenida la locura!Estaré muy atenta a ella.
ResponderEliminarSaludos!
Que buena idea esta. No me imaginaba de dónde venía el nombre de LA BRAGA AZUL. Me recordó que en un hospital psiquiátrico para larga estancia (crónicos) del norte del Estado Guárico, en San Francisco de Macaira, los pacientes pasean por el pueblo y se les identifica por llevar alpargatas blancas.
ResponderEliminarA propósito de los manicomios y de San Francisco de Macaira, le recomiendo un reportaje muy bueno llamado TOPOCHO SIN SAL. Se consigue en la web.
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