Octavio Acosta Martínez
octaviocultura@hotmail.com
Twitter:@snittker.com
Conocimiento-creencia-fe
Todo conocimiento conduce a una creencia. La inversa, en cambio, no es cierta.
Pero la creencia sin conocimiento puede, en cambio, producir convencimiento, que es algo así como una ficción de conocimiento; de hecho, lo hace.
Cuando usted cree en algo
comienza a operar un convencimiento que se le instaura en lo más profundo de su sistema cognitivo, en la memoria subconsciente. Es una de las razones
por las que es prácticamente imposible erradicar creencias en personas que las han adoptado como actos de fe. Nada
más ilustrativo que observar lo que sucede con las creencias religiosas. Historia
suficiente hay para rato.
El conocimiento también suele traducirse a la postre en fe. La fe, entonces tiene dos vías de adquisición: el conocimiento
y la creencia. La creencia y la fe suelen
confundirse y no en pocas ocasiones actúan dentro de una estrecha relación
biunívoca en la que terminan amalgamadas.
El conocimiento, sin embargo, cuando es controlado
mediante el propio conocimiento (autocontrolado)
genera creencias temporales, no definitivas. La persona que tiene conocimiento autocontrolado sabe que
ninguna verdad es definitiva. Ella sabe que existe un proceso de falsación –y
no es porque lo diga Popper- que en cualquier momento puede echar su
conocimiento por la borda y sustituirlo por uno nuevo. De esta manera, este nuevo
conocimiento adquirido tendrá como inmediata consecuencia una nueva creencia
y/o una nueva fe.
Pero no queremos hablar ahora de una persona, sino de una sociedad. Es el hombre en interrelación
con otros hombres dentro de un contexto temporal-espacial-histórico-social. En
este contexto no existe una perfecta sincronía entre los conocimientos, las
creencias y las distintas fes de sus miembros.
Por el contrario, es muy común que las asincronías existentes adquieran
niveles de verdaderos conflictos sociales, cuando un grupo que adquiere un
nuevo conocimiento que necesariamente tenga que cambiar creencias, choque con aquellos que se resisten a la
aceptación de que algo que no sabíamos se supo y, por tanto, hay que cambiar
parcial o totalmente nuestro sistema de creencias y adoptar nuevas fes.
No hay un campo donde este problema se manifieste con tanto
dramatismo como en la política. Claro, no es el único campo para ejemplificar,
ni tampoco estoy seguro que sea el más importante. Habría que leer la historia
contenida en los enfrentamientos ciencia-religión. Allí tendrá usted también para
rato. Rato que le puede durar toda su vida. La cosa, para lo que quiero tratar,
es que hay fes y creencias que no pasan por el peaje del conocimiento, sino que
crecen de manera espontánea, así como surge el monte dentro de un jardín. Nadie las siembra, nadie las cultiva, o
mejor dicho, ningún conocimiento las siembra, pero ellas se dan sin que se sepa
de los mecanismos que la generaron. Por supuesto, existen sembradores de
fes y de creencias. Ellos están en todas partes. En la política, en las
religiones, en la filosofía, en la economía, y hasta en la misma ciencia (salvando
el que muchas de las anteriores se autodenominan también ciencias). Estos sembradores tienen una capacidad de convencimiento, por su carisma y eficiencia, que logran conducir masas enteras de seres “racionales” por los caminos más
insospechados. ¿Dónde y de qué manera obtuvieron sus creencias estos
sembradores? Buena pregunta. Pero hay otras preguntas: ¿Todo sembrador de
creencias cree en lo que está sembrando o lo harán algunas veces por intereses
que nada tienen que ver con estos tres estadios (conocimiento-creencia-fe)?
Pudiéramos introducir aquí, entre otras, la variable poder. Las creencias y la fe son utilizadas para apuntalar el poder,
pero no el de los que creen y/o tienen fe, sino el de quienes las manejan como
un vehículo para. Sin embargo, éste es otro asunto. Muchas cosas se interponen.
Bastante complejas por cierto, pero escapan a las intenciones de este
escritillo.
Una vez yo creí en la posibilidad de un sistema
político-económico-social justo y efectivo, donde todos fuéramos inmensamente
felices. En este momento quiero todavía ese sistema, pero cada vez se difumina
más mi “creencia” en su posibilidad. Todos los experimentos que se han
realizado hasta ahora para lograrlo, han fracasado (“el mal está en la propia naturaleza del hombre”). Por lo menos los
que caen dentro de la limitada información que poseo. Claro, existe un problema
de evaluación presente que conduce a distintos resultados según quienes la
apliquen. El asunto se complica. Nada es simple, todo es complejo.
Mi punto de partida fue pues, un deseo. El deseo por
vivir en una sociedad donde la distribución de la justicia estuviera igualmente
repartida entre todos los miembros de la sociedad. Nunca pensé en verdad en una
igualdad de riquezas, visto desde el punto de vista económico, sino en una
igualdad de oportunidades. Eso sí, que al que menos le correspondiera en este
último reparto, contara con lo suficiente para llevar una vida digna, sin
sobresaltos por deficiencias de este tipo, y con suficientes alicientes para
gozar de la tan buscada felicidad. Al fin y al cabo lo que todos deseamos alcanzar. Creí mucho en aquella propuesta “de a cada cual según sus capacidades a cada
cual según sus necesidades”. Me pareció justo, porque reconocía dos cosas:
una, la aceptación de la diferencia de
capacidades impuesta por la propia naturaleza –cosa de la que yo estaba
plenamente convencido, porque la observaba constantemente en mi entorno-en el
ser social, y de su aporte al cambio hacia la sociedad justa. Dos, que una vez logrado el cambio hacia esta sociedad ideal
se suministrara a cada cual lo necesario para llevar una vida digna y feliz.
¡Qué ideal!... pero la creí posible, y merecedora de hacer un esfuerzo por
lograrla. Fue así como comencé a escuchar ciertas propuestas y terminé
embarcándome en una activa militancia que marcaría el resto de mi vida.
Detrás de esas propuestas había hombres que las formulaban.
Unos me llegaron más que otros. Algo de rutina que siempre ocurre, y es lógico
que así sea. ¿Cuáles hombres? Varios. Quizás no muchos, pero los suficientes
para cambiar la vida de millones de personas. Sobre todo si éstas son personas
jóvenes, cuyos idealismos los hacen fácilmente moldeables, o mejor, manejables. Porque al fin y al cabo eso
es lo que sucede siempre: terminamos siendo manejados por alguien o por algo.
No hay independencia ontológica en este sentido ¿Qué sucede cuando uno ya ha escogido aquellos
nombres de los que estamos seguros nos representan?
¡Depositamos nuestra fe en ellos! Creemos que ellos son a su vez depositarios
del conocimiento y de la verdad que afanosamente buscamos. Ellos nos han ahorrado el
trabajo de seguir indagando porque estamos seguros de lo que nos dicen y de que
nos conducen por el camino correcto. El conocimiento ha sido ahora, suplantado por la
fe. Una vez en llegando a este estadio nos hacemos inmunes a cualquier
tentativa exterior de quebrantar nuestras convicciones.
En varias oportunidades he apelado al caso de San
Nicolás (en su versión de Papá Noel). ¿Cuántas veces? No he llevado la cuenta. Pero San Nicolás me ha
resultado siempre un buen ejemplo para escudriñar en los mecanismos de
creencias de los seres humanos. Debe ser porque fue mi primera gran creencia. Y
la primera gran creencia deja la marca del ganado.
San Nicolás (imagen de Internet) |
San Nicolás no es
una persona. No era una persona,
porque al final terminó siendo una persona.
O dos personas: mis padres. ¿Por qué creí en San Nicolás? Porque creía en mis
padres. ¿En quiénes puede uno depositar su fe con tanta convicción, si no en
sus padres? Por lo menos sabía que cualquier cosa que hicieran iba dirigida con
la mejor intención, siempre en el querer de protegernos y proporcionarnos la
mayor cantidad de felicidad. Porque nos amaban. Con esa buena intención me confirmaron (en la iglesia), me bautizaron, me hicieron hacer la
primera comunión, me hicieron creer en Dios, en el cielo, en el infierno y en
el purgatorio. Y yo me dejé. ¿Qué es lo que hacen los niños con sus padres?
Simplemente se dejan. Después crecen
y todo aquello se convierte en una fe, o en una creencia, o en las dos cosas,
que son lo mismo, pero no son iguales. Así pues, creí en San Nicolás porque
ellos me dijeron que existía y me daban pruebas
al respecto; y porque además era una tradición en mi medio y en mi etapa
infantil. Y dejé de creer en San Nicolás cuando luego ellos, mis padres otra
vez, me destaparon la verdad. De la fe pasé entonces al conocimiento. Al conocimiento de una no-existencia y a la aceptación de una tradición. Pero ¡un
momento! Lo demás (Dios, el cielo, el infierno, etc.) quedaba intocable.
Nosotros nos topamos con muchos San Nicolases en nuestra
vida (parece que también lo he dicho en alguna parte). Y siempre caemos en la misma trampa,
sólo que ahora no nos llegan con las mismas nobles intenciones de nuestros
padres. O, es posible que en algunos casos si estuvieran éstas presentes, sólo
que montadas sobre falsas bases cognitivas. Nosotros, yo en mi persona,
nos convertimos en transmisores de estas convicciones basadas en conocimientos que no eran tales. Caemos
por buena o por mala fe, pero fe al fin y al cabo.
¿Ejemplo de otro San Nicolás? Éste
sí es verdad que dejó su buena marca en mi existencia. ¿Cómo se los describo? Quizás una anécdota sea
buena. Una vez estuve en Londres. Como es una de mis costumbres, cuando viajo a
grandes ciudades me gusta visitar sus cementerios, y las tumbas en los templos.
En los cementerios de las grandes ciudades están las tumbas de los grandes
hombres que han producidos grandes transformaciones en el mundo y han señalado rumbos para la vida de millones. ¿Sería usted
indiferente si se encontrara ante la tumba del inventor del teléfono (que no fue Graham Bell)? ¿O del
que pintó el techo de la Capilla Sixtina? ¿O de los Reyes que enviaron unas
expediciones a un nuevo mundo y lo convirtieron en otro? ¿O del que compuso una sinfonía con el número
9 y la llamó, o la llamaron, Sinfonía Coral?
¿O del que escribió una vez “Me moriré en
París con aguacero, /un día del cual tengo ya el recuerdo”? ¿O del actor
cantante que hizo famosa aquella canción que decía “C’est une chanson qui nous ressemble./Toi, tu m’aimais et je t’aimais...”?
¿O del egiptólogo francés que descifró el lenguaje de los jeroglíficos mediante
el estudio de la piedra de Rosetta? ¿O simplemente, la del pintor Amedeo
Modigliani? ¿O la de Tiziano? ¿O la de
Monteverdi? ¿O la de Maquiavelo? ¿O las de los Papas que descubrí cuando bajé a los sótanos del Vaticano? Me
siento particularmente conmovido ante estas tumbas. En los cementerios y en las
grandes catedrales reposan la historia del mundo. Allí reposan los grandes
buenos hombres, y también los grandes villanos. También me gusta pararme frente
a la tumba de un gran villano para tener la oportunidad de mostrarle mi
desprecio, como cuando me paré frente a la tumba de Pizarro en la Catedral de
Lima.
Tumba de Pizarro, Catedral de Lima |
Pero en Londres –vuelvo a Londres- yo
no visité un villano, ¿o sí? Un amigo me llevó al cementerio de Highgate, donde está
la tumba de Karl Marx, nuestro Carlos Marx. Era a quien quería visitar. Cuando
llegué a la tumba no me pude contener y prorrumpí en llanto. Nunca alcancé a
leer El Capital completo, aunque sí muchos de sus escritos. Pero no se necesita
haber leído El Capital para ser marxista. De hecho, la inmensa mayoría de los
marxistas no lo han hecho (y no creo que una inmensa mayoría de quienes sí lo
han hecho lo hayan entendido); así como la inmensa mayoría de judíos y cristianos
no han leído la Biblia (y no creo que la inmensa mayoría de quienes sí lo han
hecho la hayan entendido).
Tumba de Marx, cementerio de Highgate |
No creo, sin embargo, que para ser marxista, incluso buen
marxista, consistente marxista, se tuviera que haber leído El Capital. El
marxismo es una manera de ver y sentir el mundo, de querer que el mundo sea de una cierta manera; es un
humanismo. Si usted ve, siente y quiere el mundo de esa cierta manera, usted es marxista. Se puede incluso ser marxista sin
Marx. Marx se equivocó en todo, pero dejó una doctrina que en su esencia llenó
el anhelo de muchos. Yo era marxista, creía que era marxista, y Marx era mi
nuevo San Nicolás. Este San Nicolás dejó en mi vida marcas indelebles.
Busto en la tumba de Marx |
Este último San Nicolás, mientras lo fue, dejó una huella
muy honda, como dice la canción (todos los San Nicolases dejan estas huellas, es una de sus características). Él se fue, pero la huella quedó, aunque cambió
la calidad de su color. Ahora es una mancha negra. Este nuevo San Nicolás produjo una conmoción
mundial. Y no se diga nada de América Latina. Y más específicamente para mí, de
Venezuela. Y de la Universidad donde yo estudiaba. A partir de ese momento puse
mi vida en manos de un ideal revolucionario. “Mi vida”, en sentido literal.
Muchas veces la arriesgué por impulsar ese ideal. Con mucho miedo, casi pánico, pero la
arriesgué. Nunca fui un valiente que no le importara enfrentarse a un aparato con
un eje largo y un hueco por donde salían unas balas de verdad. Pero había un
ideal que valía la pena cualquier sacrificio. Después, los que quedaran, las
generaciones siguientes, tendrían una vida mejor. ¡El Paraíso! La mayoría de
los revolucionarios de ahora no conocieron esos riesgos, porque ahora las
revoluciones se hacen de otra manera. Ahora se hacen por Decreto. Respaldados
por colectivos bien armados con anuencia oficial; y por Fuerzas Armadas bien
adoctrinadas, o compradas a punta de privilegios especiales. Además, bien
asesorada y respaldada también por el viejo barbudo de la Sierra Maestra: San
Nicolás (que no tiene nada que ver con un mediocre conductor que no debió dejar
nunca su autobús).
A partir de este enero, la consigna era luchar y hacer la revolución. Después tendríamos
suficiente tiempo para gozar y ser felices. Estaba consciente –así me habían
adoctrinado- que para hacer una revolución había que sacrificar una generación.
Bien valía la pena sacrificar una generación para que todas las siguientes fueran
felices en el paraíso socialista donde todo lo bueno era posible. Nadie tenía
la culpa de que yo perteneciera a la generación que se tendría que sacrificar. Además, ¿por qué hablar de “culpa”? Más bien
era un honor que el destino me concediera ese privilegio. Por otra parte, la
revolución estaba a la vuelta de la esquina. Con suerte podría salir vivo del
intento y hasta gozar de los primeros logros del cambio. Comencé a estudiar
Ingeniería en septiembre de 1958. Y me fui de mi querida Universidad, y de mi
querida residencia (la Residencia Sierra
Maestra) cinco años después (agosto de 1963) sin haber aprobado el primer
año completo, y con algunas materias sueltas aprobadas de semestres
posteriores. ¿Por qué me fui? ¿Por qué no terminé? No con los estudios, sino
con la asignación del sacrificio que me correspondía dentro de la historia. Porque
las cosas no salieron como me las habían asegurado y tuve la suerte de
percatarme de ello y pensar un poco sobre la situación.
Sí, a nosotros nos vendieron la idea de que la revolución
estaba a la vuelta de la esquina. Tanta seguridad había en ello que hasta se le
puso fecha. Fecha con día y año, sin ninguna metáfora. Debido al Pacto de Punto
Fijo el oficialismo mantuvo el control del Congreso Nacional de la República
durante los tres primeros años de la era democrática. Pero el oficialismo fue
perdiendo fuerza parlamentaria en la medida en que el partido mayoritario,
Acción Democrática (AD), fue sufriendo fracturas internas de suma gravedad, a
la cual se le sumaron ciertas fisuras que sufrió también URD, una de las tres
patas de la mesa de Punto Fijo. Ya la primera de las fracturas de AD, la que
dio surgimiento al MIR, fue bastante traumática. De esto se ha escrito mucho y
me abstendré de repeticiones innecesarias. Entiendo que tenemos muchos jóvenes
que no están bien enterados, pero afortunadamente viven en una era tecnológica
que les puede suministrar información de cualquier cosa que merezca ser
informado. Sólo tienen que meterse en sus aparatos y a punta de clicks
encontrarán todo.
En la segunda división de AD el oficialismo perdió la
mayoría parlamentaria, y la oposición, fundamentalmente revolucionaria, podría
apuntalar la insurrección con uno de los
poderes del Estado y consiguientemente, tomar el poder total. Esto fue en 1961. “El
próximo período parlamentario –se dijo-, ya
con la mayoría opositora, se montará públicamente en la Plaza Diego
Ibarra, en las Torres de El Silencio, y ésa será el día de "la toma del poder”. Así
se bajó la información desde la dirigencia nacional hasta los cuadros más
simples en la estructura de los partidos de izquierda. Listo, trabajamos
arduamente para ver ese hecho tan trascendental. Venezuela sería el Nuevo
Territorio Libre de América.
Llegó el día, el Congreso no se instaló en la Plaza Diego
Ibarra, sino en el mismo sitio donde estuvo siempre, el mismo donde hoy
funciona con el nombre de Asamblea Nacional. Tampoco se tomó el poder y
los anhelos revolucionarios continuaron operando en las montañas, en las calles
de Caracas, y en las Universidades.
Es increíble cómo algunas cosas se repiten casi
literalmente en la historia, con nuevos actores claro, o con los mismos, pero
con los papeles invertidos, y nunca se aprende nada de estas experiencias. ¿Qué
sucede hoy? El oficialismo de ahora es la izquierda
de antes, y la oposición es el oficialismo de antes. El oficialismo domina
la Asamblea durante varios años. Un día la oposición gana la mayoría en la
Asamblea y enseguida anuncia que en seis meses saldremos del mal habido
Presidente y se convocará a nuevas elecciones. La oposición se esperanza y se
emociona ante lo que se le anuncia como un hecho. Las cosas toman un rumbo muy
distinto al esperado y la desmoralización se apodera, lógicamente, de la
oposición. ¿Es que no vivimos antes esa experiencia? ¿Es que no sabemos de los
recursos con que cuenta un gobierno para mantenerse en el poder? ¿Quien preside
la Asamblea hoy no militaba en el oficialismo cuando la oposición anunció en
1961 que tomaría el poder a través de su reciente mayoría parlamentaria? ¿Por
qué anuncia hoy lo que a él le anunciaron aquella vez y fracasó? ¿Por qué pensó
que él sí iba a ser exitoso?
Efectivamente, en aquella oportunidad la desmoralización
invadió a los cuadros juveniles de la izquierda y la revolución no se veía
entonces tan a la vuelta de la esquina. Entonces, los sacrificios de no
estudiar y dedicarle todo el tiempo a la revolución ¿fueron en vano? Lo peor
es que la lucha continuó y el grado de exigencia a la militancia fue mayor. En
un momento me percaté que la victoria no era tan inminente y que debería
dedicarle un tiempo al estudio, pero no pude. A cada rato tenía un camarada a
las puertas de mi cuarto buscándome para una reunión, una acción, o cualquier
cosa. Si me encontraba estudiando, la recriminación era inmediata:
-Camarada, ¿es que usted no ha entendido nada? Lo
importante en este momento es hacer la revolución. Después habrá tiempo para
estudiar con libertad, con recursos, y de hacer lo que usted quiera.
Era el consejo contrario al que me daba mi familia:
-¡Estudia! ¡Gradúate primero! Y después haz lo que te dé
la gana.
Pero yo era un militante disciplinado. Dejaba los libros
y me iba con el camarada a la reunión, a la acción programada desde arriba, o a
lo que fuera. Pero la revolución no llegaba.
Después comencé a tratar de estudiar a escondidas, a encerrarme con llave, a irme para algún
lugar a hacerlo. ¡Nada! Donde me metiera me encontraban. Me vino, de pronto, la gran solución alternativa: me iría a estudiar a un país socialista. A la Universidad
de la Amistad (Universidad Patricio Lumumba, luego) de Moscú. Allí preparaban a los
cuadros técnicos de países latinoamericanos, africanos y asiáticos que luego
necesitaría la revolución (las revoluciones) una vez tomado el poder. Mientras hacía las gestiones me comprometí en la última contribución
inmediata para la revolución: huelga de hambre en el auditorio de la Facultad
de Humanidades. Fue la primera huelga de hambre estudiantil realizada durante
la época democrática. Como no teníamos experiencias en huelgas de hambre, esa
vez la hicimos de verdad. No comíamos arepas ni sándwiches durante la noche,
como degeneraron las huelgas de hambre después. Cuando se levantó la huelga de
hambre, una vez cubiertas nuestras demandas (nunca supe de qué manera se
cubrieron) quise tener un recuerdo de ese evento. Una representación cubana nos
regaló a cada huelguista una lámina tamaño carta con la foto de Fidel Castro, publicada por el diario Revolución, para que nos inyectara fortaleza.
Tomé la foto e hice que cada uno de mis compañeros camaradas la firmara por el reverso. Todavía guardo esa foto y ese recuerdo. No puedo borrar mi historia destruyendo sus testimonios. Además, no me arrepiento de haber perdido varios años miserablemente. Para mí no fueron miserables. Lo que no obtuve por un lado lo compensé con la experiencia que adquirí y que me ha servido para muchas decisiones que he debido tomar en la vida.
Tomé la foto e hice que cada uno de mis compañeros camaradas la firmara por el reverso. Todavía guardo esa foto y ese recuerdo. No puedo borrar mi historia destruyendo sus testimonios. Además, no me arrepiento de haber perdido varios años miserablemente. Para mí no fueron miserables. Lo que no obtuve por un lado lo compensé con la experiencia que adquirí y que me ha servido para muchas decisiones que he debido tomar en la vida.
La beca para la Universidad Patricio Lumumba no la conseguí, pero obtuve otra con la Unión Internacional de Estudiantes para estudiar en Polonia. "Bueno, algo es algo". También se trataba de un país socialista. Socialista a la fuerza, como se hicieron socialistas muchos países, como se trata de hacer socialistas a otros (¿nos suena conocido?). Me alisté para irme a Polonia, pero ¿saben qué? No pude conseguir para el pasaje. La beca de la Patricio Lumumba incluía el pasaje, pero la de Polonia no. No pude aprovechar la beca. Sin embargo, estaba decidido a irme para cualquier parte donde me aceptaran. Así fue como en agosto de 1963 llegué a Bucaramanga, Colombia, donde terminé mis estudios. No sin correr allá también un riesgo, al militar en un partido de izquierda clandestino. La ventaja que tuve fue que dada mi condición de extranjero no me exigieron un activismo político como el de Venezuela. Me tuvieron un poco de consideración y me mantuvieron en la reserva. Casi fui testigo del nacimiento del ELN (Ejército de Liberación Nacional), el cual fue estimulado por el ejemplo de las FALN (Fuerzas Armadas de Liberación Nacional) de Venezuela (no fue en ese partido en el que milité). La fundación de ese movimiento estuvo precedido e íntimamente ligado a una huelga estudiantil de mi nueva Universidad que duró tres meses, motivo por el cual perdí (perdimos todos) el primer semestre que estudié en Bucaramanga (hicimos un solo semestre en un año). Algo me perseguía por donde yo fuera. Varios de mis compañeros de estudios y amigos personales, ingresaron al ELN, y algunos perdieron la vida en esta lucha (es increíble que hoy en 2016 todavía se mantenga). La culminación de los estudios fue en 1967 y mi acto de graduación fue en enero de 1968. Casi diez años después de haber comenzado mi carrera en Venezuela. Ahora, lo peor de todo es que les tomé la palabra a mis padres y familiares que me dijeron:
-¡Estudia! ¡Gradúate primero! Y después haz lo que te dé
la gana.
Pues, estudié y me gradué, y después lo que “me dio la
gana” fue seguir luchando por la revolución, porque cuando regresé me encontré
con que la revolución todavía no se había hecho. Qué buena decisión la que tomé
cuando decidí estudiar, porque a la revolución, la que estaba a la vuelta de la
esquina, le faltaba todavía un largo trecho por transitar. Tanto, que la
dirigencia revolucionaria reflexionó y entendió que no podía seguir
exigiéndoles a sus cuadros juveniles tiempo completo para la revolución. Claro,
había que seguir luchando, pero se les permitiría que también estudiaran,
mientras tanto. La consigna se cambió. Ahora era “Estudiar y luchar”. Ah,
pero entonces luché con otras perspectivas, también trabajé y me ocupé de una
familia. ¿Hasta cuándo hice esto? Hasta que me percaté, ahora sí,
definitivamente, que San Nicolás no existía en ninguna de sus versiones. Mi
último San Nicolás, el barbudo de la Sierra Maestra, era un farsante,
mentiroso, asesino, oportunista, embaucador, hipócrita y encantador de
serpientes. Encantaba a sus víctimas -a las que pudieran darle algo-, las
exprimía, les sacaba el jugo, y después las devoraba. En el mejor de los casos,
las abandonaba en las situaciones más difíciles. Ay, amigos, todavía tengo
mucho que contar.
La muerte de San Nicolás
Si existe algo que me
resulta insoportable en cualquier tipo de relación que mantenga es la mentira,
el engaño. Me sucedió en la política. Suena a ingenuidad el decir, al estilo de
cierto Presidente que tuvimos, “me
engañaron”, para justificar el fracaso de su política. Pero a nivel de
militancia, sobre todo si uno no es un dirigente del cogollo, es fácil ser engañado.
¿Por qué sucede de esta manera? Porque cuando usted deposita su confianza en un
Partido, el que siente que lo representa, usted cree en sus líderes. Ahí es
cuando las creencias no tienen un soporte de conocimiento, sino que son ellas
las que le producen una ficción de conocimiento, el que usted acepta como
realidad. Los líderes tienen mejores informaciones que usted. Ellos tienen
acceso a fuentes que les son lejanas a un simple militante. Ellos participan de
reuniones en las que usted no está presente. Ellos son los que bajan les líneas
a las bases, con el soporte de informaciones que también les suministran. Usted no puede
pensar que sus líderes lo están engañando. Si pensara tal cosa ¿qué sentido
tendría el que se milite en un partido? Si el partido se equivoca en una
política, yo lo acompaño en su equivocación, lo entiendo y lo perdono. O
simplemente considero que no hay nada que perdonar, sólo hay que rectificar. Entiendo
que no es fácil, donde operan tantas variables, dar siempre en el clavo. Pero a
mí me enardece que me transmitan informaciones falsas para justificar una
política o para tapar un desacierto. Algunas veces el engaño proviene de la
creencia de que uno abandonará el partido si se da cuenta de sus desaciertos. Por
eso no me enteraba, por ejemplo, de los millones de muertos que causaron Stalin
y Pol Pot, a pesar de que muchos me lo decían. Pero quienes lo decían eran los
enemigos del partido y lo que éste representaba. ¿Por qué debía creerles,
entonces? Algunos amigos de infancia me dijeron que San Nicolás era mi papá;
ellos habían visto a los suyos poniéndoles los juguetes. Mi mamá, no obstante me
informó: “Eso es mentira, lo que pasa es
que San Nicolás toma la apariencia de tu papá para que no te asustes si llegas
a verlo”. ¿A quién creen ustedes que le creí? De la misma manera tampoco
creí los crímenes de Mao Tse-Tung (el partido donde milité en Colombia era de
corte maoísta). Lo de Stalin se "justificaba"
por el momento histórico que le tocó
conducir la Unión Soviética. Así como se "justificaba"
el muro de Berlín, y como en Cuba se "justificaba"
que no hubiera libertad.
-¿Cómo vamos a dar libertad si tenemos el imperialismo a
apenas 80 millas de nuestras costas conspirando contra la revolución? Si damos libertad, se la
estamos dando también a los contrarrevolucionarios que podrán luego actuar a sus anchas.
Cuando la revolución se consolide entonces podremos tener libertad, pero
ahorita es sumamente peligroso.
Eso me dijeron los cubanos durante mi viaje a Cuba, y yo “entendí” perfectamente esta razón. Además, aprecié la sinceridad con la que reconocían una falta tan importante, basada en una buena justificación. Pero
si usted echa una mirada 40 años después y ve que todavía no hay libertad,
entonces comienza a sospechar que fue víctima de un engaño.
De mis relaciones con Cuba podría escribir un libro, pero
voy a sintetizar, de entre mentiras y falacias, en unos cuantos puntos, para mí
claves:
1. La importancia de la educación. Usted seguramente lo
ha leído muchas veces. La causa de la opresión de muchos pueblos es su escasa
educación. Un pueblo educado no se deja oprimir fácilmente, porque él no puede
ser engañado, ni manipulado. Uno de los grandes secretos para ser libres es ser
educados. Por eso los esfuerzos que se realicen en educación no pueden ser clasificados bajo la rúbrica de “gastos”, sino de inversión. La educación es una
inversión que rendirá pingues beneficios en el mediano y largo plazo. Cuba se
vanagloriaba de haber obtenido grandes logros en el campo de la educación. El
analfabetismo había sido erradicado. El acceso a la educación superior era
masivo y sus logros en campos como el de la medicina eran exaltados. Las cifras
que esgrimía ante el mundo eran impresionantes, fueron reconocidas por organismos
internacionales y cautivó a más de un intelectual. Hasta los enemigos de la
revolución reconocían estos logros. Pero había algo que no me cuadraba. Después
de más de 40 años de revolución sólo un hombre era capaz de pensar
correctamente y saber lo que debía hacerse y lo que no debía hacerse. Y todos
los intelectuales y gente educada por la revolución debían seguirlo y obedecerle
sin rechistar. El hombre se puso viejo y su organismo se resistía a tanto
esfuerzo, pero él no confiaba en nadie, entre tanta gente educada y bien
formada, para tomar el relevo y conducir al país por las sendas del paraíso
socialista que se había instaurado. Cuando su cuerpo ya no dio más y
necesariamente tuvo que abdicar después de 49 años en el poder, lo hizo ante su
hermano menor, que también era un viejo; pero fue el que lo siguió en todos sus
pasos desde los tiempos de la Sierra Maestra. Para eso no necesitaba tanta
educación entre el pueblo, con su hermano le bastaba. Una simple lógica nos
dice que lo de la educación es un mentís a los atributos que se le otorga. O
simplemente él no creía en eso. No puede uno negarle el valor a la educación,
pero tampoco se le puede otorgar los valores que no tiene. Hasta ahora el educado
pueblo de Cuba permanece oprimido, en la miseria, y se ha calado 57 años de
conducción por sólo dos hermanos, los únicos que han sabido lo que debe
hacerse. Desde este punto de vista la educación no ha servido para nada.
2. Oportunismo político. Estuve en Cuba en
marzo de 1974. Carlos Andrés era el Presidente electo de Venezuela y pronto se
celebraría el acto del traspaso de mandato que le haría Rafael Caldera. Carlos
Andrés había prometido durante su campaña el restablecimiento de relaciones
diplomáticas con Cuba. Por esta razón Carlos Andrés se convirtió en “el
candidato de Fidel”. Así nos lo calificaron personalidades cubanas y
periodistas de Prensa Latina durante nuestra visita, y era evidente el contento
que esta victoria produjo en la isla. Esa visita nuestra fue muy especial. Rafael
Caldera, al perder su partido las elecciones, quiso, de una manera que me
pareció infantil, robarle la bandera de las relaciones con Cuba a Carlos
Andrés. Aunque no oficializó el reinicio de relaciones brindó, antes de entregar,
una apertura hacia éstas y permitió dos viajes especiales patrocinados por el
Colegio Nacional de Periodistas, hacia la isla. Logré colearme en uno de esos
viajes y me encontré con un tratamiento casi de nivel diplomático a quienes nos
trasladamos hacia allá. Después de varios años, verles la cara a unos
venezolanos andando por la isla fue una sensación. Eso me permitió observar
algunas cosas de las que hablaré en el siguiente punto. Años después, en 1988,
Carlos Andrés ganó su segunda presidencia cuya toma de posesión se realizó en
el Teatro Teresa Carreño, en aquel célebre acto que popularmente fue bautizado
como “La Coronación”. A esta
Coronación asistió una nutrida representación de mandatarios de todas las
tendencias políticas e ideológicas del planeta. Y adivinen cuál fue el
mandatario que se robó el show en esta toma de posesión. Ya lo hicieron: fue el
mismísimo Fidel Castro. Amigo íntimo de Carlos Andrés, su candidato en 1973 y 1988.
No jugó béisbol con él, porque Carlos Andrés no jugaba béisbol, él sólo era
bueno saltando charcos. Fidel no saltaba charcos, pero era bueno sacándole
provecho a estas relaciones. Podríamos decir que tal cosa no tenía nada de
particular, cada quien jala pa’su sartén,
y Fidel era muy bueno en esto pero…
Carlos Andrés cayó en desgracia, no terminó su mandato y siguió lo que todos
conocen. Mientras tanto, un golpista fracasado salió de la cárcel, gracias al
perdón que le otorgó un Presidente en
estado de casi demencia senil, e hizo campaña dentro de la legalidad burguesa obteniendo de esta manera la primera
magistratura de la República. Carlos Andrés, quien después fue el que resultó
preso, abandonado hasta por su propio partido, logró obtener por vía electoral
una curul de senador por el Estado Táchira, ya que la condición de senador
vitalicio para los ex presidentes fue eliminada por el Congreso Nacional
dominado por el Presidente ex golpista. En su condición de senador, Carlos
Andrés, un vagabundo redomado, pero con gran coraje, tuvo la presencia de ánimo
para asistir a la toma de posesión de quien precipitó su caída a partir del
golpe de Estado que intentó propiciarle. Estaba sentado en primera fila. Y
adivinen quién fue uno de los mandatarios extranjeros invitados a esta toma de
posesión; ya lo hicieron nuevamente: Fidel Castro. Ahora todos los cantos de
enamoramiento del barbudo revolucionario se redireccionaron hacia el ex
golpista que se enamoró de él y le regalaría luego el país. Al finalizar el
acto Carlos Andrés quiso saludar a su antiguo amigo barbudo a quien le tendió
la mano esperando una efusiva respuesta, si no un abrazo. Fidel se limitó a
responder el saludo fríamente, dentro de la más ortodoxa cortesía diplomática.
Sus planes con el nuevo enamorado estaban muy bien diseñados, y los
resultados están a la vista de todos, menos de los ciegos fanáticos de la
revolución que ven el mundo por un ojo que tienen a sus espaldas. De la manera
cómo el barbudo y su hermano se han aprovechado hasta la saciedad del
enamoramiento del comandante de la boína roja, y han intervenido en todos los asuntos
internos de la política venezolana, incluyendo la penetración de nuestro
ejército, no me voy a referir. Si
alguien todavía no se ha dado cuenta es porque es un bobo que se babea o es un fanático bolivariano, lo que en esencia es lo mismo.
3. Oportunismo político 2. Debería ser el 1, porque Fidel tenía
acumuladas otras historias de antes. En Venezuela había estado varios años
atrás, en 1959, cuando apenas comenzaba el proceso revolucionario cubano.
Aunque todavía no se le llamaba revolucionario socialista, ni marxista.
Simplemente fue la toma del poder de unos patriotas que lucharon contra una
tiranía. Para luchar contra las tiranías no es necesario ser socialista, ni
marxista. Incluso se puede luchar –se debe- contra una tiranía socialista. En
1959, en su discurso en la Plaza de El Silencio, Fidel, en gesto premonitorio,
señaló hacia el Cerro El Ávila diciendo que “aquí hay más montañas y más altas que la
Sierra Maestra”. Es decir, podemos montar un movimiento guerrillero con más
facilidad y más “exitoso” que el que se dio en Cuba, de ser necesario; para lo
cual ofreció todo su apoyo logístico de asesoramiento, incluyendo la
participación militar. Este apoyo llegó a ser “necesario”, el movimiento
guerrillero se montó y Cuba, efectivamente, participó. ¿Internacionalismo
proletario o injerencia interna en los asuntos de otro país? Cada quien póngale el nombre que desee. Sin
embargo, no me iba a referir a esta primera visita de Fidel, sino a otra
primera visita en otro país latinoamericano, el primero que intentó hacer la
revolución llegando al poder por vía electoral: Chile. En 1971 Fidel llegó a
Chile en una visita programada para 10 días, a apuntalar al gobierno de
Salvador Allende, recién llegado al poder y que pasaba por grandes dificultades
políticas y económicas. Esta visita resultó bastante incómoda para este
gobierno de la Unidad Popular, pues prevaliéndose de la hospitalidad chilena,
Fidel prolongó su visita a más de tres semanas (25 días, para ser exactos),
recorriendo todo el país, participando en todo tipo de actos, opinando,
aconsejando y dando instrucciones sobre los asuntos internos de Chile. Creó una
verdadera situación de tensión para los dirigentes de la Unidad Popular, a
quienes también iban dirigidas sus críticas, que se preguntaban, pero sin
atreverse a decírselo, cuándo terminaría esta visita y regresaba a su país, o a
donde le diera la gana de irse. Esta visita ha sido suficientemente reseñada y
no lo haré tampoco aquí. Sólo puedo añadir algo de mi experiencia propia. En 1972
estuve varios meses en Chile con motivo de hacer un curso de posgrado becado
por la OEA. Por supuesto, allí se manifestó de nuevo mi espíritu siempre
presente de militante revolucionario y los amigos que hice fueron todos
miembros o simpatizantes de la Unidad Popular. Así que pude recoger en forma
directa las opiniones que prevalecían entre ellos sobre la incomodidad que les
había producido la prolongada visita de Fidel. Todavía estaban sufriendo las
secuelas de ella. Allí me cansé de escuchar cacerolazos, y me enteré que el
primer cacerolazo se dio en los días finales de la visita, como reacción de la
oposición chilena (los momios) a la
situación económica que enfrentaba el país y al inmiscuimiento de Fidel en sus
asuntos internos. La pregunta otra vez: ¿internacionalismo proletario o
injerencia interna en los asuntos de otro país?
4.
Pinochet. Pinochet fue el edecán
que le asignaron a Fidel Castro durante su visita a Chile. Allende le asignó su
general favorito, y su propio edecán a la vez. Así que tuvieron tiempo para
conocerse bien y para ser amigos. Me imagino que el edecán de un mandatario
tiene que ser alguien de mucha confianza, y fuera de los actos protocolares, en
los que el edecán debe estar firme, serio y circunspecto, ambos tendrán la
oportunidad, fuera de todo protocolo, de
intercambiar impresiones y de cordializar. Asumo que Castro y Pinochet fueron
amigos durante este viaje. Aunque, por supuesto, no podría ser más amigo que el
amigo anfitrión que lo recibió y al que fue a apuntalar. Pero uno nunca sabe de
estos detalles, que se mantienen muy en secreto. Si algo ha trascendido como
característica del líder cubano, fue su gran sagacidad, su visión de estratega,
y su capacidad para sacarle provecho a todas las situaciones. Se ha especulado
que él auspició, promovió, o al menos apoyó en silencio, el golpe de Pinochet.
Es posible que sí, es posible que no. A estas alturas de la vida no me
sorprende que esto hubiera sucedido, y lo escribo aquí porque ya lo he leído a
través de otras fuentes. Para mí, Allende fue su gran amigo, y a ese amigo fue
a quien Pinochet le dio uno de los golpes más sangrientos que se conozcan en la
historia de América Latina. Así, que sobradas razones debería haber tenido
Fidel para no querer después a Pinochet. No sólo era cuestión de amistad, sino
que además Pinochet estaba en el otro extremo político e ideológico de Fidel.
Sin embargo, esto tampoco es una razón de peso para no estimular desencuentros. La
historia nos ha enseñado que con frecuencia estos extremos terminan
encontrándose, mostrando un parecido de hermanos gemelos (no voy a hablar de
Hitler y Stalin). Ahora, si la Historia es vieja, uno no lo es, y siempre
esperamos que lo que creemos se deriva de una lógica teórica que manejamos, y de
otra lógica sentimentalmente humana. Como yo deseaba el peor final para la vida
de Pinochet, pensé que alguien como Fidel tendría que desearlo con mayor fuerza
y razón. Me alegré muchísimo cuando Pinochet fue apresado en Londres y remitido
para ser procesado por crímenes de lesa humanidad a España. No me sorprendió la
reacción de las Fuerzas Armadas chilenas ni la del gobierno de Chile, era la
esperada. De las Fuerzas Armadas chilenas, por razones obvias; del gobierno, por la
presión también obvia de las Fuerzas Armadas. La solicitud de las FA para
llevar Pinochet a Chile, alegando injerencia en sus asuntos internos y el que
Chile era el lugar único que podría juzgar a Pinochet, no era una simple sugerencia
la cual el gobierno podía acoger o no; era una exigencia sin opciones
alternativas. No sé si el calor de la protesta del gobierno de Chile ante la
detención de Pinochet era sincera, o fue el papel que le tocó desempeñar si no
quería arriesgar su permanencia como tal. Lo que sí me sorprendió es que Fidel
se sumó al coro de la protesta. ¿Fidel en defensa de Pinochet? ¿Fidel
haciéndole coro a las Fuerzas Armadas chilenas? ¿Fidel aludiendo a la soberanía
de Chile y tildando la detención de “injerencia en los asuntos internos” de
otro Estado?
Sobre todo, esto de “injerencia en los
asuntos internos…” sonaba cómico, por no decir grotesco, en boca de Fidel.
Fidel, que en nombre del internacionalismo
proletario intervino en los asuntos internos de en cuanto país pudo;
incluyendo a Chile, como hemos visto. El que adiestró guerrilleros de todos los
países latinoamericanos donde hubo guerrillas, el que trató de exportar su
revolución a donde tuvo la oportunidad (el Che en Bolivia es un buen ejemplo),
el que envió guerrilleros asesores a esos países, el que envió tropas cubanas a
Etiopía y Angola, interviniendo en forma declaradamente abierta en las
confrontaciones internas de dichos países. Ese Fidel abogaba, en el caso de
Pinochet, por la no injerencia… ¡vaya una ironía! Lo peor es que en nombre de la
no injerencia, él fue el primero que
la tuvo. Intervino, una vez más, en este caso, en los asuntos internos de Chile, y también en
los asuntos internos de España, que estaba dividida en cuanto al affaire Pinochet; sólo que esta vez lo
hizo a favor del bando equivocado. Claro está, no fue del bando equivocado
desde el punto de vista de los intereses particulares que él tenía. Aparte de
aquello de poner sus barbas en remojo,
cosa que hábilmente negó, había algo de intereses comerciales con España, para
lo cual estaba asociado con personajes que no tenían nada que ver con el
proletariado, sino con la más rancia herencia franquista. Fidel se podía
asociar con el Diablo, si eso le favorecía. Este caso no se trataba ya de internacionalismo proletario, sino de nacionalismo cubano. Fidel se olvidó que
existe también una especie no declarada de internacionalismo
humanitario que se nuclea alrededor de cualquier grupo social, de una
persona particular, o de una sociedad entera, que sufre o ha sufrido la
violencia de una represión feroz. Millones de personas, incluyéndome, se
alegraron de la detención de Pinochet y de la posibilidad de hacer, por fin,
justicia, por las miles de víctimas que dejó su régimen. El héroe para éstas
pasó a serlo un juez español de apellido Garzón, que entendió perfectamente
su rol y sabía que los crímenes de lesa humanidad no prescriben y pueden ser
castigados en cualquier país del mundo.
5.
Sexo, mentiras y…. Ya dije que en 1974
estuve en Cuba. En Cuba vi algunas cosas que no quise ver, y no quise contar. No
quise contar para que la gente no se desencantara de Cuba. A lo mejor por eso
no me las contaron a mí. Pero yo no soy un dirigente político. Soy un humano cualquiera, como cantaba
Héctor Lavoe. No son gran cosa, pero al final las cosas pequeñas
llenan un barril muy grande, y a un humano cualquiera se le vacían las
esperanzas y se le adormece el alma cuando descubre que le han mentido. Dentro
de lo que creía de lo que me decían en quienes yo creía, estaba lo de que en
Cuba se había acabado la delincuencia. Ésa es una de las cosas, por cierto, que
“acaba” la educación. Creencia basada en un principio socrático. La maldad es producto de la ignorancia. El
hombre malo lo es, no porque un cierto determinismo genético lo decida, sino
porque es ignorante. La educación, al exterminar la ignorancia, acaba con la
maldad del hombre. Dentro de la filosofía marxista se planteaba que la
delincuencia es producto de las desigualdades sociales. Al tener todos las
mismas oportunidades y ver el hombre satisfechas sus necesidades fundamentales,
no tenía la necesidad de delinquir. Así, que bien sea por el lado de la educación
o por la eliminación de las desigualdades sociales, en Cuba, como en cualquier
país socialista, se acabaría la delincuencia. En Cuba ya eso había sucedido, según las
crónicas que me llegaron (por boca, entre otros, de Fidel).
Además de este hombre nuevo que estaba formando la revolución, había, en un
sentido más feminista, no antropológico, una mujer nueva. ¿De qué manera se manifestaba esto? En que en Cuba se
había acabado la prostitución. La prostitución tiene casi las mismas causales
de la delincuencia. Las desigualdades sociales y la falta de educación, pero ya
no en sus consecuencias morales, sino económicas, tenían repercusión directa en
el oficio más antiguo: la prostitución. Ésta dejaría de practicarse por
necesidad en la isla y, por lo tanto, desaparecía. Según las crónicas, esto en realidad ya había ocurrido en la joven revolución. No me dijeron “la delincuencia y la prostitución están en vías de extinción en Cuba”,
sino “En Cuba ya no existe delincuencia,
porque todo el mundo está ocupado, trabajando o estudiando, y tampoco existe la
prostitución”. Eso formaba parte de un paisaje ideal, impensable para
Venezuela, que yo quería ver en Cuba.
El primer día de mi estadía en Cuba me robaron. No lo
podía creer. ¿Quién me robó? Un agente del G2, órgano de seguridad de Cuba, que
estaba encargado de vigilar en el estacionamiento del Hotel Nacional, donde
llegué. Por cierto, en el Hotel Nacional no le estaba permitido alojarse a un
cubano. Éstos sólo podían circular por algunas áreas previamente designadas en
la Planta Baja. Bueno, me imaginé que ese incidente sería un caso aislado, un
resabio de la Cuba de antes. Ahora, que lo hiciera alguien encargado de velar
por la seguridad…
Cuando paseamos con un periodista por la Habana Vieja, nos
llamó la atención unas mujeres con unas pintas indiscutibles en cualquier parte
del mundo que delataban su profesión. “Sí, son prostitutas –nos confirmó el periodista-. No hemos podido acabar con esto. Estas compañeras no quieren colaborar”.
Luego nos comentó de las que se acostaban con los marineros suecos por un simple radio
de pila. Durante los primeros años de la revolución Suecia jugó un papel muy
importante en la reconstrucción de Cuba, una vez que se marchó todo lo que era
norteamericano de la isla. Aparentemente Suecia ayudó en la dotación de
hospitales y otras áreas relacionadas con la salud. Eso nos comentaron. Por esta razón llegaban muchos barcos suecos
al puerto de la Habana. Y las chicas se volvían locas por un radio de pila,
desaparecidos de la isla. Recordé los discursos de Fidel y la historia aquella
de que Cuba antes era el prostíbulo de los magnates norteamericanos que llegaban los fines de semana con sus yates y los anclaban frente a la Habana. “Eso se acabó”. Efectivamente se acabó
porque ahora ya no llegaban yates norteamericanos, pero llegaban barcos suecos.
Parece que lo que cambió fue el tipo de embarcación. Pensemos que estos males
no se curan en un corto período, pero ¿por qué el engaño? Si usted me dice “estamos luchando contra esto”, yo los
entiendo, y hasta los acompaño en la lucha. Pero la sorpresa de encontrarme con
lo que creía extinguido causa su impacto.
Por cierto, en eso de las desigualdades sociales y de los
privilegios me encontré con varias sorpresas. No sólo era el Hotel Nacional
donde no podían alojarse los cubanos. Tampoco podían entrar a su mejor cabaret: el Tropicana (era
requerido el pasaporte a la entrada), ni a otros sitios, como tiendas donde
vendían perfumes, pinturas para la mujer, y otros productos desaparecidos de la
isla (también se requería del pasaporte extranjero). Tenían prohibido el
acceso, y por supuesto bañarse, a su mejor playa: Varadero. ¿Por qué lo sé?
Porque en todos esos sitios debí mostrar mi pasaporte y me confirmaron lo de
la restricción a los cubanos. ¿Tienen importancia estas cosas o sólo sirven
para alimentar chismes? Es una cosa que cada quien juzgará. Para mí fueron
sorpresas desagradables, pero que traté de entender por la situación de
inestabilidad política y económica por la que pasaba una revolución nueva.
También entendí que por la seguridad que ya me habían comentado antes, para
viajar de una ciudad a otra había que justificar tal viaje y gestionar una
autorización especial. Era algo así como necesitar una visa para viajar de la Habana a Santiago de Cuba, o entre dos pueblos cualesquiera. Ahora, que 20, o 30, o 40 años después la situación sea la
misma me suena que algo ha fracasado, que al pueblo cubano lo han estafado, y a
los que estamos afuera nos han engañado. Pero los hechos se siguen acumulando y
muchas sospechas se van confirmando, y las excusas de las dificultades
iniciales se van descartando. ¿Queremos una revolución para estar peor que
antes? “Ah, pero tenemos dignidad”.
¿Y será digno vivir en esas
condiciones de tanta precariedad y miseria? Entendía que al principio no
hubiera pintura para pintar un edificio o una casa, la prioridad era la comida,
pero ¿después de más de 50 años tampoco? ¿Convertir en una ranchería sucia y
destartalada a una de las ciudades más bellas de América es digno? ¿No poder
comprarse una camisa bonita, un vestido también bonito para una mujer, un
maquillaje, un par de zapatos, es digno? Hacer tertulias a las puertas de las
casas, conversar sentados en cajones, y hasta bailar, en pellejo pelao por falta de ropa ¿es digno? La aparición de nuevos
tipos de prostitución como es el de acostarse con un extranjero a cambio de
unos Blue Jeans ¿es digno? Ah, la culpa es del bloqueo. Ésta es otra larga historia y también lo he pensado. He firmado documentos contra el bloqueo. Claro que no he estado de acuerdo con ello. Pero si voy a hacer una revolución tengo que saber que el imperialismo tratará de hacerla fracasar por todos los medios. Y sé que el imperialismo no es ningún boxeador peso mosca. Así que si embarco a un pueblo en una revolución deberé tener una respuesta adecuada a la contra que se opondrá. ¿No la tengo y no puedo garantizar el paraíso que ofrecí? Entonces, para ser benevolente con los términos, fue un acto de irresponsabilidad. ¡Y vaya qué tamaña irresponsabilidad! Las revoluciones se hacen, se deben hacer, por lo menos las revoluciones socialistas, para sacar a los pueblos de la opresión y de la miseria; no para hundirlo más en ellas.
6.
Mariel. Lo de Mariel es de una gran simpleza; no lo que pasó, sino lo
que escuché de la propia boca del Comandante que mandó a parar. El incidente ha sido ampliamente reseñado,
comentado e interpretado: Un grupo de aproximadamente 12, o quizás 20 -no recuerdo bien- cubanos irrumpió con un
bus en los jardines de la Embajada de Perú para solicitar asilo. Un guardia de
la Embajada murió intentando impedir la entrada a éstos. Las condiciones de su
muerte no están claras. Aparentemente fue con su propio fusil el cual en medio
del ajetreo disparó él torpemente. No es relevante para la historia. Fidel
exigió a la Embajada la entrega de los cubanos, ésta se negó y le otorgó el asilo
que solicitaban. Fidel amenazó con retirarle la guardia a la Embajada y efectivamente así lo hizo.
También dijo que todo aquel que se quisiera ir lo podía hacer si le daba la
gana. A los pocos días eran miles los cubanos que acampaban apretujados en los
jardines de la Embajada. Fidel quiso crearle este problema a la Embajada, pero
la cantidad enorme de cubanos hacinados en los jardines, más los que forzaban
por entrar terminó creándole un problema también a él. Entonces envió un
mensaje al mundo para que lo escucharan en Miami: todo aquel que se quisiera ir
lo podría hacer libremente por el puerto de Mariel, y los familiares en Miami
podrían enviar embarcaciones para recogerlos allí. Así se hizo, y en el tiempo
que duró esta operación más de 125 mil cubanos abandonaron la isla. Pero Fidel
hizo su segunda jugada maestra: vació las cárceles de presos, aparentemente
todos delincuentes, prostitutas, homosexuales, drogadictos, y toda la "lacra" de la sociedad que pagaba
penas allí. Los enviaron a Mariel y los obligaron a embarcarse. Según las crónicas, a cada asilado de la
embajada y otros que se quisieron marchar fueron obligados a “adoptar” presos
de los liberados como si fueran familiares. A los pocos meses el índice
delictivo de Miami y de todo el Estado de La Florida aumentó considerablemente,
porque los delincuentes que exportó Fidel continuaron delinquiendo allá. Fidel
les inyectó un virus social. Fue una
jugada maquiavélicamente maestra, porque se deshizo de una lacra y se las
traspasó, de paso, a su gran enemigo imperialista.
¿Fue
así exactamente como sucedió? No importa. La verdad es que los cubanos sí se
fueron, lo que nos hace ver que algo malo debía haber en la isla cuando se
produce un éxodo tan masivo. Sobre todo que no fue éste ni el primero ni el
último. Pero ése es otro cuento, aunque lo pone a uno a pensar. Lo que me llamó
la atención fue lo que digo Fidel durante este proceso. Lo escuché y ése es mi
mejor testimonio. Fidel los despidió con palabras de desprecio, lo que se
estaba yendo era la lacra de la sociedad: asesinos, ladrones, drogadictos,
prostitutas y homosexuales. No dijo contrarrevolucionarios ni “gusanos”, como lo hizo una vez. Mejor
que se vayan, así la isla quedará limpia de esa basura y ellos podría continuar
su proceso revolucionarios con gente limpia (no se refería a los bolsillos).
¿Qué se puede deducir de semejantes palabras? Elemental.
Estas palabras las pronunció en 1980, veintidós años
después de la toma del poder y seis años después de que el G2 me robara y de
haber visto a las putas en la Habana Vieja. Ya me había dicho que se había terminado la prostitución en Cuba y
no existía delincuencia. Ahora me dice que los que se fueron eran delincuentes
y prostitutas. ¿Entonces no se habían acabado? Dice el principio jurídico “a confesión de parte, relevo de pruebas”.
Significa que antes me mentiste, Fidel. Me engañaste y yo te seguí. ¿Tiene alguna importancia la veracidad del
relato anterior, lo que he leído? ¿Cambiaría en algo mi sentimiento por Fidel?
Podemos revisar alternativas:
·
Fidel no vació las cárceles, le gente que se fue lo hizo por
verdadero descontento con el régimen. Fidel mintió con respecto a sus
condiciones de probidad ciudadana. Peor, porque está degradando a sus oponentes,
en forma calumniosa, a una condición que no les corresponde. Así que de todas
maneras está mintiendo, con el agravante que se está desmintiendo él mismo con
respecto a lo que dijo y yo le escuché hace años. No tengo manera de probar la
posibilidad señalada, pero es verdad lo que escuché también ahora, y sigue, en
consecuencia, siendo válido que “a
confesión de parte, relevo de pruebas”.
·
Fidel vació de verdad las cárceles y obligó a los presos a
embarcarse. En este caso quedaría realmente comprobado que en Cuba sí había
delincuencia y prostitución. Descarto totalmente la posibilidad de que los
liberados hubieran sido presos políticos. Fidel no les iba a hacer ese favor.
¿A cambio de qué? De haber presos políticos, dejaba a éstos encerrados y
liberaba a los verdaderos delincuentes. Ésa es la jugada que encaja. Significa
que Fidel no mintió ahora, pero sí lo hizo varios años atrás, y sigue siendo
válido “a confesión de parte, relevo de
pruebas”.
En cualquier caso, Fidel, me mentiste para
utilizarme, y te me caíste como San
Nicolás.
Fidel, moriste de viejo, como murió Pinochet y muchos
otros dictadores. No sé cuánto sufriste. Me imagino que en todas las muertes se
sufre. No debe ser algo placentero el final de la vida. Sí hay muertes que son
más dolorosas que otras. Muchos de los que mataste deben haber sufrido
bastante. Pero a ti seguramente no te dejaron sufrir tanto. Seguramente estuviste
rodeado de una legión de médicos que no lo permitieron. A lo mejor no te
enteraste que te moriste. No pagaste por lo que hiciste, lo que no ha terminado
aún y muchos siguen muriendo por ello. No creo que vas a pagar en el más allá.
No creo en castigos de otro mundo, ni tampoco en paraísos. Tuviste suerte. Pasaste
a la Historia. Eras sagaz e inteligente. Ahora pasará lo de siempre. Millares
te adorarán y millares te aborrecerán. Formo parte del coro de los que te
adoraron. Pero yo también tuve suerte, porque pude despertarme a tiempo y ver
tu verdadero rostro. No eras San Nicolás. Espero que seas el último de los que
me engañen, aunque para serte sincero, no lo creo. Uno necesita del engaño. Hay
una cierta sensualidad en el engaño. Hay el encanto de engañar y hay el encanto de
ser engañado. Por eso de alguna manera todos somos engañadores y engañados.
Pero a todo engaño le sigue un desengaño. Y cada desengaño en una especie de
muerte que se sufre. Tú moriste ahora, pero algo murió en mí desde hace tiempo. Y fue en
gran parte gracias a ti. Te estoy doblemente agradecido. Primero, porque me
hiciste vivir una vida de ilusiones. Y mientras tuve esas ilusiones fui feliz.
O al menos tuve un motivo para buscar la felicidad donde yo creía que estaba.
Había una felicidad en potencia. Segundo, cuando me desengañaste también fui
feliz. Pude ver parte de una verdad que se me escondía y ahora puedo
redireccionar mi camino hacia nuevas búsquedas.
Puede ser que ahora me dedique a combatir lo que tú fuiste. Me
iluminaste sin querer hacia otras luchas. Ha sido una ganancia. No he perdido
todo lo que he perdido. No me arrepiento de lo que sacrifiqué siguiéndote,
porque algo aprendí. Otros no tuvieron mi suerte. A ellos los perdí, pero
también tengo ahora motivos para luchar por ellos. Afortunadamente no se
enteraron del engaño. No sufrieron por el engaño. Tampoco van a sufrir, porque
no creo que donde están van a aprender nada más. No se enterarán de nada. Igual
que tú. Tengo la esperanza de ver deshecho el entuerto que dejaste. Si tengo
suerte lo veré. Si no tengo suerte, después no sabré nada. Y no seré feliz,
pero tampoco infeliz. Simplemente no seré, como ahora tú no eres. Creo que en
realidad todos los muertos descansan en paz. Los que fueron buenos y los que
fueron malos. En la muerte todos somos iguales. Quizás en los cementerios está
la verdadera democracia, o el verdadero socialismo. El socialismo ideal. Ahora
que lo pienso pudiera ser ésta la razón por la que me gusta visitar
cementerios. Allí respiro la paz. Nadie me ataca. Y tengo la libertad de
admirar, de agradecer, y de recriminar. A los buenos muertos los admiro. Hasta
me invade el extraño sentimiento de una presencia. Puedo decir unas palabras, y
derramar una lágrima. Puedo poner una flor. Y hasta tomarme una foto en su
tumba. Es la ilusión de haber estado con él, o con ella, de alguna manera. A
los muertos malos los desprecio. Los insulto mentalmente. Los recrimino. “Allí estás. Con tanto poder que tuviste, le
cambiaste la vida a tanta gente. Tu palabra era ley, sin discusión. Y ahora
estás ahí. Podrido como los demás. Hecho polvo como los demás, y no sabes que
estás podrido como los demás, ni hecho polvo como los demás”. Muchas cosas
he pensado en los cementerios, y muchas cosas he dicho. Algún día estaré yo en
uno. Y no sabré cuando esté ahí.
Igual que tú ahora. Espero no estar nunca frente a tu tumba. No quiero estarlo.
Evitaré estarlo. Prefiero sólo saber que moriste, y rogar que no sea un engaño
más. Hoy algo murió dentro de mí. Y es bueno que haya muerto. Eso que murió
será el abono para una nueva vida. Por eso hoy le rindo tributo, no a alguien
que murió, sino a lo que murió dentro de mí.